13/02/2015
 Actualizado a 12/09/2019
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En plena guerra incivil, un capitán, jefe de prensa del general Mola, dijo, en una entrevista para el diario The Times, que «el gran problema de la clase obrera es que tienen alcantarillas. Cuando ganemos, lo primero que haremos será quitarlas». Puede parecer una boutade, pero no lo es. Las alcantarillas reducen la disentería, el tifus y los piojos. Si no las hay, los hijos de los obreros, según el gañán, morirán como chinches y se acabaron los problemas.

Uno siempre ha dicho que los pecados de los padres los heredan los hijos. Es una verdad tan grande como la luz bendita. Los nuestros, los leoneses que nos han precedido, sufrieron el pecado de la desidia; y nosotros también. Nos da igual que llueva, que nieve, que haga sol, que truene. Somos, como diría un gaditano, los «Juan Cojones», de la montaña.

Nuestros padres, nuestros abuelos, soportaron el aislamiento de esta tierra con estoicismo. Nunca se quejaron. Cuando se dieron cuenta de que había otro mundo fuera de las fronteras de los ríos y de los montes, marcharon buscando una vida mejor. Se fueron a Bilbao o a Barcelona y descubrieron las alcantarillas. Dejaron de hacer lo suyo en las cuadras y comenzaron a vivir un poco mejor.

Ahora, cien años después, cuando ya tenemos alcantarillas, tenemos que marcharnos igual que ellos. No lo hacemos para ganar en calidad de vida: lo hacemos porque queremos comer. Un maestro, una enfermera, un ingeniero, un albañil, se va de aquí porque aquí no puede trabajar, o, por lo menos, no puede trabajar en lo suyo. Se va, igual que antes, a Madrid, a Barcelona, a Milán, o a Barranquilla, como el caimán. Nos estamos quedando sin gente. Toda la provincia es, más o menos, un páramo yermo y triste. No mola. Y, mientras tanto, hacemos campañas que parecen una copia exacta, una tras otra: salvemos Everest, salvemos Antibióticos, salvemos el Tren, salvemos las Minas... ¿Para que las hacemos?, ¿merece la pena? Tenemos derecho a quejarnos, (sólo faltaba), pero, ¿sirven de algo?

Los que han tenido que irse, todas las noches, cuando llegan a casa, recordarán los campos, los montes, los ríos, los sotos de chopos, los hayedos... Querrán volver. ¿Para qué?, ¿para volver a malvivir? ¿Para morir? A lo mejor, tendríamos que sublevarnos un poco.

Salud y anarquía.
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