Alberto Chimal: "El plagio siempre es un acto de abuso de poder"

El autor de Toluca (México) visita por segunda vez la capital leonesa para presentar en El Gran Café su último libro de cuentos titulado ‘Manos de lumbre’

Joaquín Revuelta
25/09/2018
 Actualizado a 13/09/2019
Alberto Chimal regresa a la capital leonesa para presentar el libro de cuentos ‘Manos de lumbre’. | LISBETH SALAS
Alberto Chimal regresa a la capital leonesa para presentar el libro de cuentos ‘Manos de lumbre’. | LISBETH SALAS
El escritor mexicano Alberto Chimal (Toluca, 1970), en su promoción en España de su último libro, ‘Manos de lumbre’ (Páginas de Espuma), visita este martes León y presenta su obra a las 20:00 horas en El Gran Café. Referente de las letras mexicanas, muy especialmente de la literatura fantástica y la narrativa breve, Chimal ha sido invitado de nuevo por la Universidad de León para compartir con los muchos lectores que tiene en nuestra ciudad gracias a la labor de la profesora Natalia Álvarez y su equipo.

– Creo que no es la primera vez que visita León. 
– En realidad se trata de mi segunda visita. Tuve la oportunidad de acudir en 2015, donde fui invitado por la Universidad de León para participar en un encuentro justamente de literatura y lo pasé muy bien. Me va a dar mucho gusto regresar a esa ciudad.

– Acude en esta ocasión para presentar en primicia su nuevo libro de cuentos, ‘Manos de lumbre’, que ha publicado la editorial española Páginas de Espuma. Creo que el título hace alusión a una expresión muy propia de su país para describir a un tipo de personas que de forma consciente o inconsciente siembran el caos y la destrucción en sus vidas y en las de las personas que les rodean.
– Esa es una frase que se utilizaba mucho en México en cierta época. Mi madre llegó a decírmela cuando era pequeño y de pronto rompía algo. Creo que todos los personajes del libro, de alguna forma, tienen como esta misma propensión a la destrucción, bien sea por arrogancia, por estupidez o por mala suerte. Creo que eso es algo que los une realmente.

– No tiene también que ver con esa expresión que decimos aquí en España de que esa persona «tiene el diablo en el cuerpo». ¿Existe algún tipo de maldad o es algo diferente?
– Creo que su primera connotación, porque es algo que se dice a los niños, es digamos un poco más inocente. No es tanto maldad como torpeza. Pero a la hora de que pasa a la vida adulta se convierte en una tendencia destructiva, incluso autodestructiva. Creo que, de alguna manera, a la hora de poner ese título estaba pensando yo en cierta ironía trágica de muchas acciones que realizamos como adultos, que racionalizamos para justificarlas, pero que implican toda clase de daños e incluso de catástrofes.

– Me llama la atención al ver en su historial de escritor la gran cantidad de géneros que ha cultivado, desde novela hasta cuento pasando por poesía, teatro, novela gráfica, ensayo, minificciones... ¿Necesita esa diversificación para sentirse escritor?
– Creo que el acto mismo de la escritura me parece muy placentero, muy estimulante, y sobre todo creo que en mis comienzos como escritor estaba yo tratando de encontrar tantas posibilidades creativas como me fuera posible. Muchos de los géneros que he abordado los toqué ya hace tiempo. Ya hace un buen rato que no escribo obras de teatro. Más bien me he decantado hacia la narrativa. Pero creo que si en un momento dado, para seguir con el ejemplo, me encontrara con un tema que me pareciese estimulante, productivo, para hacer como teatro no dudaría en hacerlo. Pienso que en mi caso parte del estímulo está siempre en encontrar algo nuevo, alguna posibilidad que no hubiese explorado con anterioridad. Mi temperamento es ese. Hay colegas a los que les interesa encontrar una especialidad o un lugar desde el cual hacer su trabajo y ese lugar no varía una vez que lo han encontrado. Pero en mi caso me interesa siempre cómo encontrar una posibilidad nueva y por eso está esa variedad.

– ¿De dónde le viene ese amor por la literatura, había antecedentes de escritores en su familia o una gran cantidad de libros en su casa que le convirtieron en un ávido lector?
– No tengo antecedentes familiares, al menos en una familia cercana, aunque algunos miembros, primos en segundo o tercer grado, de la familia han sido actores, han sido pintores. Pero cerca no había ningún caso de gente interesada en la literatura. Tuve la fortuna de que en la familia en que me crié era una familia numerosa, de esas en las que es muy fácil quedarse solo, curiosamente, y en casa de mi madre había muchos libros. Nunca me estimularon a leerlos pero tampoco me lo impidieron. En esos encuentros digamos casuales de las muchas horas de soledad en la casa familiar pues fui descubriendo la literatura y afortunadamente eran libros en los cuales había una cantidad apreciable de cuentos, no solo para niños, sino cuentos de todo tipo, y además una variedad bastante grande de autores y de países. No era una colección muy homogénea, al contrario era muy heterogénea, y de ahí vinieron muchos descubrimientos valiosos para mí. Creo que de aquella biblioteca, que para mí era el mundo, viene buena parte de mi interés por lo que he escrito después.

– ¿Conoce la literatura leonesa y, dado su interés por el cuento y la narrativa breve, a los autores leoneses que han cultivado esta modalidad, como es el caso de Antonio Pereira, José Mª Merino o Luis Mateo Díez?
– Tengo que reconocer que menos de lo que yo quisiera. A Merino y Díez los he leído y a otros no los conozco. Obviamente me encantaría conocer más. No tuve mucha oportunidad en mi anterior visita a León, quizás la tenga ahora, pero felizmente varios de esos autores que mencionabas se conocen en México. Allá fue donde los conocí. No tuve que venir hasta acá para leerlos. Nos llegan allá a México digamos dentro del conjunto mayor de los escritores españoles, pero no es tan complicado escarbar en sus historias e ir viendo las influencias que puedan tener en su entorno más cercano.

– En alguna entrevista suya que he leído comentaba que los seis cuentos que engloban ‘Manos de lumbre’ ya habían sido publicados, pero que en su mayoría los ha vuelto a reescribir para esta publicación. Esto me lleva a preguntarle ¿cómo es su método de trabajo, le gusta que los originales reposen un tiempo en el cajón antes de que salgan al mercado?
– Yo soy un convencido de que es necesario digamos cierto trabajo de revisión y de decantación para poder llegar a un cuento publicable. Yo no creo en el trabajo de primera intención. Me parece que sí es necesario no solamente revisar, corregir, que sería obvio, sino también darse la oportunidad de profundizar en el propio trabajo, para lo cual se necesita una relectura. Pienso que la escritura misma como expresión o como traje del pensamiento permite revisar una acción clarísima que es, a la hora de releer, a la hora de rebuscar en lo que uno mismo ha escrito, establecer como una especie de comunicación o de diálogo con lo que uno estaba pensando en el momento de escribir, una especie de comunicación telepática con uno mismo. En el momento en el que uno establece contacto con lo que estaba pensando en otro tiempo, puede descubrir cosas que en el mismo momento de la escritura no conocía. Puede descubrir ideas, temas, posibilidades del discurso en las que no había pensado y que son parte de esta especie de movimiento, del proceso muy complejo de la escritura en el cual hay siempre algún imprevisto, algún detalle no percibido inicialmente, alguna especie de invención o de intervención inconsciente que uno puede hacer consciente y a partir de eso usarla como un elemento más en la modificación, en el perfeccionamiento de los textos. En el caso de los cuentos de ‘Manos de lumbre’, casi todos existían en versiones previas y casi todos están reescritos, amplificados, modificados muy profundamente, que es algo que no me había sucedido hasta este grado de intensidad. Hay un cuento que en su versión original tenía unas ocho páginas y en el libro tiene treinta. Lo que sucede con este conjunto es que en esta hechura digamos más lenta, con más etapas intermedias, me dan la oportunidad de profundizar, de volver más intrincado el desarrollo de la historia y sobre todo el desarrollo de los personajes. Yo digo que estos cuentos son en cierta medida estudios de personajes. Importa lo que se está contando, pero también importa a quién le está pasando. Y la mayor parte de las modificaciones realizadas de las versiones iniciales de los textos tienen que ver con el deseo de conocer más acerca del entorno, de la personalidad, del carácter de los personajes para entender sus motivaciones y para saber cómo se relacionan con el mundo en el que viven.

– En el primero de los cuentos del libro, ‘Los Leones del Norte’, aborda la figura del plagiador. No sé si está al corriente del debate que se ha generado en nuestro país acerca del supuesto plagio de la tesis del presidente del Gobierno. Además, usted lo vincula con las relaciones de poder. ¿Podría profundizar al respecto?
– Llegué el pasado domingo y no he tenido mucho tiempo de conversar. Pero sí me había enterado un poco de lo ocurrido viendo periódicos desde México. Curiosamente estos casos que me mencionas se parecen mucho a casos que se han visto allá. En México a nuestro actual presidente también se le descubrió un plagio en su tesis. Este tipo concreto de plagio, que no tiene que ver con esos otros fenómenos como la intertextualidad, la apropiación, la reversión o la influencia, que son otra cosa, siempre es un acto de abuso de poder. Porque en él, la persona que plagia, no solamente copia y pega un texto que no escribió ella misma sino que está intentando de alguna forma, a la hora de imponer su nombre sobre ese trabajo ajeno, de anular a quien realmente lo hizo. Y creo que eso es siempre un acto de poder, que además, según está documentado, incluso más allá de la política, en otros casos que se conocen, con mucha frecuencia ocurre que quien plagia siente que puede hacerlo si está digamos en una jerarquía que parece más elevada que la de aquella persona que es víctima. Autores famosos que han sido acusados de plagio toman textos publicados no en periódicos de alcance nacional sino en revistas de pequeña tirada o en sitios web poco visitados. Hay implícita en esta intención de tomar del trabajo de otros el aprovecharse de aquellos que tienen menos herramientas para defenderse.

– La presentación de ‘Manos de lumbre’ va a tener lugar en El Gran Café, una conocida sala de conciertos de la capital. Tengo entendido que al cuento que cierra el libro, ‘Voy hacia el cielo’, le ha puesto banda sonora. ¿Como ha sido su relación con la música tanto personal como desde el punto de vista de la literatura?
– El título es de hecho el de una canción de un grupo de rock mexicano de los años 70, que habla de esta especie de experiencia cósmica o mística que era como muy socorrida en la contracultura de aquellos tiempos: la expansión de la conciencia, etc. Ese tipo de música para mí fue muy importante, también desde mi primera infancia. Aunque nací en 1970 y no me tocó ver nada directamente de la contracultura sesentera, yo tenía un tío que era muy rocanrolero y que era el que manejaba el tocadiscos en casa. Yo crecí escuchando a The Beatles, Pink Floyd, a una gran cantidad de grupos de aquella época, también mexicanos como los Dug Dug’s. En cierto momento de aquellas décadas surgió lo que se llamó el rock progresivo, que era una escuela de músicos como más virtuosos, con un mayor deseo de complicidad y de mayores aspiraciones digamos líricas, y para mí resultaba muy llamativo el ver cómo se estructuraban los álbumes. En la época actual ya no importa mucho la forma que pueda tener un álbum, no es más que un contenedor que se transmite por internet, pero en aquella época era muy importante la estructura de un disco. Pensar en una cara y en la otra, pensar en el orden de las canciones, el balance, el equilibrio. Todos esos términos, todos esos elementos digamos de la hechura de un álbum de aquellos tiempos son finalmente elementos que se pueden traspasar a pensar en la estructura literaria, pensar en la estructura de un libro de cuentos o de un relato. Yo creo que mis primeros aprendizajes de esas cuestiones técnicas de la creación literaria, de la escritura creativa, los tuve ahí, los tuve escuchando esos discos. En el cuento ‘Voy hacia el cielo’ el personaje cree haber sido secuestrado por extraterrestres, nunca sabemos si realmente lo fue o no o si le pasó alguna otra cosa y está como en una especie de estado de fuga, como psicótico. La música que escucha, que cita y que pone para tormento de quienes le rodean es como la que intenta darle sentido a la experiencia esa que tuvo, que finalmente es parte de lo que el arte hace siempre, tratar de articular o de dar un tipo de expresión a nuestras propias experiencias. Con relación al personaje del cuento, dado que su caso es tan particular y tan extremo, su selección musical resulta del mismo modo igual de extraña y extrema.
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