31/07/2021
 Actualizado a 31/07/2021
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Tenía yo una conocida con la que solía coincidir en bodas varias y que en todas hacía la misma jugada. Cuando los novios estaban a punto de darse el sí quiero mascullaba «otra más al paredón» en un tono lo suficientemente elevado como para hacer las delicias de los padres de los novios. Una gracia nupcial que por otro lado algo tenía de verdad ya que, aunque en España afortunadamente no practicamos las bodas forzosas, los divorcios ascienden al 60%. Una cifra nada desdeñable y que no impide que la gente se siga casando a mansalva y vayan hacia el altar discutiendo sin parar sobre el menú del catering, la distribución de las mesas o el color de las cortinas.

Imagino que de esos 60% algunos responden a lo inevitable como que te caiga un rayo en la cabeza o te pase un tráiler por encima, pero sospecho que otros tantos no se plantearon en absoluto lo que implicaba casarse, convivir, y dejar de ligar con todo quisque. No ha habido una reflexión previa sobre todo a lo que se renuncia (que es mucho en pro de un proyecto común), ni un compromiso profundo. De lo contrario no se comprende que la infidelidad sea lo habitual y que según los expertos de la revista Divorce Magazine, entre el 45 y el 50 por ciento de las mujeres casadas y entre el 50 y el 60 por ciento de los hombres casados engañen a sus cónyuges. Infidelidades que, según estudios, comienzan a los dos o tres años de matrimonio. Recién deshecha la maleta ya están retozando por ahí. No se arredran.

Pone una puntilla la aplicación Ashley Madison creada ad hoc para infieles casados y que ofrece, para más cachondeo, una lista de las ciudades españolas en las que abunda más la infidelidad (búsquenlo ustedes que yo no quiero herir sensibilidades locales).

A esto se ha venido a sumar el denominado poliamor y todas sus variantes, práctica que en época de mi abuela se llamaba «hacer lo que a uno le sale de las narices con o sin Grey» y que, aunque no parece que de momento hagan mella en el número de matrimonios, a buen seguro sí que afectarán a la hora de valorar los divorcios. Tengamos en cuenta que debido a este factor de despendole, ha aumentado considerablemente el menú, o catálogo, de gente disponible y que se fuma un puro a la hora de destrozar lo que hubiera o hubiese detrás de su último calentón.

¿Por qué nos seguimos casando? No hablamos de bodas in extremis, para regularizar situaciones legales, ni de los chupópteros, que se casan para vivir de lujo porque esos lo tienen clarísimo, sino de la auténtica y osada ruleta rusa nupcial.

En 2020 los enlaces se redujeron debido a las restricciones sanitarias produciéndose una situación de déficit matrimonial que nos tenía a todos intranquilos. No obstante, no había nada que temer. Todos esos matrimonios latentes estaban esperando en parrilla de salida para acumularse en los años siguientes. Ascenderá el número de matrimonios y no sería extraño que lo hiciese también el número de divorcios.

Leo a un experto dictaminar que, tras la separación, se reduce la intención de las parejas divorciadas de volver a contraer matrimonio. En definitiva, que una vez conocida la experiencia, no quieren más paredón.
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