04/12/2019
 Actualizado a 04/12/2019
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Las heladas de invierno dejan los tejados y los prados blancos hasta bien entrada la mañana y a la tarde cielos tersos como una cara lavada en la que el paso de las estaciones no ha dejado huella ni señal de arrepentirse.

Es un día anónimo de diciembre. El río baja sin que nada le preocupe. La tierra descansa sin que nadie la abra. No hay pasos hoy en los caminos y el mundo amanece como si fuera la mañana de antes a la que nació el primer ser humano.

Si no tan remoto, sí tengo la sensación de tiempo de paso lento y descansado, de tiempo pasado no pasado aún. Mi madre, en bata, lleva de la mano a mi hijo, en la otra un caldero con ropa y una pastilla de jabón. Se paran a saludar a dos caballos que dormitan en un ‘prao’. Yo los observo, unos metros por delante, con la intuición de presenciar una escena que pronto será fotografía sepia. Vamos al lavadero. «En el arroyo frío, lavo tu cinta, como un jazmín caliente, tienes la risa».

Es demasiado pequeño para recordar algún día este recuerdo. Yo tengo la memoria de bajar por la calleja de la Torre con alguna de mis tías con el carretillo y los baldes de ropa. Después he vuelto muchas tardes, como esta, soleada y fría, en paz, con mi madre, a verla lavar mientras yo leía sentado al sol. Me encanta ir al lavadero y si llegan otras señoras, es un placer escucharlas hipnotizado por los gestos repetidos y precisos de enjabonar, aclarar y escurrir y sus sonidos.

En Benavides había cuatro lavaderos, queda uno. Cubierto por tejado con armazón de cerchas de madera, cerrado por tres lados y abierto por uno, con pilares y vanos por los que entra luz y sol. Esa misma luz y mismo sol que, tamizados por el agua y su sereno mecer, se reflejan en las paredes como dibujos infantiles o divinos de olas de mar lejano.

Quizás León no llegue a apresar este recuerdo o quizás lo descarte como enredo de sueño. El mundo va demasiado rápido. Lo estamos acelerando como si hubiera prisa, urgencia, por llegar a un destino. Yo me pregunto, viendo a mi madre lavar y a León corretear y tirar a escondidas una piedrecilla al agua: ¿Dónde vamos? ¿a dónde queremos llegar, para que vayamos tan rápido? ¿Nos espera algo bueno allí? Yo me quedaría aquí.

Y la semana que viene, hablaremos de León.
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