15/06/2018
 Actualizado a 14/09/2019
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Bien está lo que bien acaba. Y espero que aquí se termine. Pero bueno, al grano. Se ha hecho esperar pero, al fin, el pabellón de exposiciones del Palacio de Congresos ya está aquí.

Y se inauguró con algo bien moderno, o al menos a la altura de la modernidad del pabellón. Y tengo que reconocer que luce mucho y llama la atención, sobre todo cuando, como yo hice, te acercas andando. Claro que hay que dejar de lado, y no mirar, la provisionalidad de las obras del soterramiento, que estropean ese acercamiento a la mole, repito, espectacular, que es el propio edificio.

Llegas con buena perspectiva, asegurada por el ajardinamiento del entorno, un poco inhóspito y frío, en parte porque el verde del jardín aún está virgen, y en parte por estar diseñado siguiendo la tendencia actual, centroeuropea, o más bien nórdica, de dar teatralidad a los edificios, dejando mucho aire alrededor (aunque eso, aquí, casi viene solo), colocándolos como sobre una bandeja lisa, como el Hostal, como la Catedral, que te pone el edificio sin ningún elemento que interfiera la vista o distraiga la atención.

Pero frío. Es la moda.

En este caso, además, mucho más frío y solitario. Porque le falta, se nota que falta, algo alrededor, que acompañe y haga acogedor, algo de todo aquello que se proyectó como el León Oeste, y que, por la crisis y la realidad, nunca vendrá, aunque supongo que mejorará cuando se terminen todas las obras del Ave.

Y le sobra todo lo de detrás, las viejas fachadas de la igualmente vieja azucarera, consolidadas con el soporte de esa estructura metálica provisional, que parecen los restos de Dresde tras los bombardeos aliados de la Segunda Guerra Mundial.

Dominique Perrault es un buen arquitecto, muy listo, además. Hizo la propuesta que se quería por las fuerzas vivas: conservar el antiguo edificio, lo primordial, y añadir una estructura espectacular como contrapunto de lo anterior. Y ganó el concurso por delante de unos cuantos pesos pesados de la arquitectura.

Pero volvamos al edifico en sí. Tuve la suerte de visitarlo con la construcción muy avanzada, y ver así todo el espacio interior limpio de polvo y paja, sin cristales, sin colores, sin el negro total que ahora luce toda la estructura, y me pareció enorme, excesivo. Aunque, claro, todo el proyecto era y es excesivo para una ciudad pequeña y con un futuro bastante triste, sobre todo visto desde pasadas glorias. Y es grande, al menos para nuestra escala, aunque, si por ejemplo se compara con la terminal del aeropuerto de Pekín, hoy Beijing, que es algo así como veinte veces mayor, pues no es para tanto. Claro que Beijing o Pekin, como se quiera, es ciento cincuenta veces mayor que León.

Y subí a la cubierta donde ahora nadie, o casi nadie, podrá subir. Y es una pena, porque era todo un espectáculo estar en una superficie plateada enorme y futurista, casi escultural por el movimiento de los planos en parte resultantes de la propia cubierta, en parte para dar las pendientes necesarias para desaguar. Aunque en verdad ahora sería imposible esa visión, ya que toda ella, como corresponde en estos tiempos modernos y ecológicos, está cubierta con paneles solares. Pero sí, era una vista impresionante.

Y hay que reconocer que el espacio interior está bien proporcionado. La altura y la anchura tienen una buena relación, y no ‘pesa’ demasiado todo ese enorme entramado metálico, en algunos momentos algo gratuito, pintado de negro pero muy bien contrapuesto con el ajedrezado de los parasoles amarillos y rojoanaranjados y el suelo liso y gris.

Contrariamente a lo que suele hacerse en este tipo de edificios destinados a exposiciones varias e impredecibles, que es pintar de colores neutros y claros que no distraigan la atención sobre lo expuesto, el arquitecto le ha echado valor y ha optado por colores fuertes y contrastados, aún a riesgo de que el visitante se distraiga con la envolvente y no se fije en el contenido, que es lo que pasa en Guggenheim de Bilbao, que mirando y mirando, atiendes todo lo que hay por aquí y por allá del edificio y no te enteras de lo expuesto (aunque más bien me parece que eso es lo que se pretendía). Bien es cierto que aquí lo negro hace que se pierdan sus detalles y el resto es tan repetitivo que la atención no pasa de un único y primer momento, todo lo largo que se quiera, pero nada más. El resto, lo expuesto, depende la habilidad de los montadores de la exposición que, verdaderamente, no lo tienen fácil.

Y bienvenido sea que, además de terminado, tenga uso.

Por lo que vi, la exposición de drones, aunque muy específica y no para los ciudadanos en general, tuvo su repercusión, pues, al menos mientras la visité, y aunque no había aglomeraciones, sí que había público suficiente, militares y civiles, y a mí, que eso de la aviación me ha molado de siempre, pues mi padre era médico del Ejército del Aire, me recordó, salvando las distancias, la época en que me dio por el aeromodelismo, porque, al fin y al cabo, muchos de los ingenios allí expuestos eran como aquellos aparatitos de madera y papel de mi niñez-juventud, claro que a lo bestia.

Y no estuve en la última de antigüedades, que, según parece tuvo bastante asistencia y éxito, aunque no ocupara no más de un tercio del espacio disponible.

O sea, que al fin parece que funciona y con una programación prevista bastante extensa, eso sí, bajo la organización municipal. A ver si alguna empresa se anima y, una vez se publiquen las bases, tome la gerencia del edificio, lo gestione y lo lance sin que nos cueste.

Por cierto que el aparcamiento no me parece estar bien resuelto. Situado al lado contrario de la entrada principal y con una capacidad escasa para este mundo que depende del coche, que podrá ser suficiente para eventos de perfil bajo, pero que es a todas luces insuficiente para grandes exposiciones que muevan un volumen también grande de visitantes.

Llegar andando tiene su parte agradable, yo lo hice, ya lo escribí al principio, aunque sea haciendo abstracción del entorno hoy en obras, pero la mayoría va a ir en coche, y como el aparcamiento lo tengan lejos, mucho me temo que las quejas, o la negativa a volver, se harán presentes.

En fin, que se ha terminado esa parte, y, espero, muchas veces lo he dicho, que no se siga con el resto, que León no es ciudad de congresos (ya lo quisiéramos), al menos de congresos del volumen para el se hizo el proyecto.

Por desgracia, la realidad es la que es, así que no caigamos en errores como Avilés con su Centro Cultural Oscar Niemeyer, y otros muchos, que no tienen uso y su mantenimiento cuesta un riñón.

Virgencita, que me quede como estoy.
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