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Al César lo que es del César

31/01/2020
 Actualizado a 31/01/2020
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En esto del cambio climático estamos asistiendo a una ofensiva general para demostrar lo malos que hemos sido (que somos) con nuestro planeta.

Y, en efecto hemos sido (y somos), muy malos. Es verdad. Pero no lo es menos que en todo el listado de aberraciones se magnifican unas y se soslayan otras. Sin contar exageraciones y manipulaciones sin cuento. Basta ver las predicciones de Al Gore, premio Nobel de la Paz, profeta del desastre (mientras sus empresas contaminaban todo lo contaminable).

Es cierto que, desde la revolución industrial, los avances en todo ese campo y sus aledaños se han ido generando avances tecnológicos, y en consecuencia industriales, con resultados colaterales, y a veces directos, bastante desastrosos. Es cierto. Pero también lo es que se analizar de forma parcial, en su sentido de falta de imparcialidad.

Por ejemplo. El gasóleo es malo. Y el automóvil mal de todas las cosas. Y efectivamente tiene sus consecuencias no deseables. Pero otros también, y no se dicen. ¿Porqué?

Veamos. Normalmente entre febrero y abril, Madrid decreta alarma por ‘boina’ de polución. Sistemáticamente, cuando hay un fuerte anticiclón continuado en el tiempo, sobre la capital de España se ve, y muy bien por cierto, una enorme manta de aire oscuro de unos cuantos cientos de metros de espesor bajo un cielo azul. Los coches, y sobre todo los diesel, inmediatamente bajo la lupa.

Ya. Pues que alguien me explique porqué en julio, con anticiclones tan gordos o más, con tanta circulación de vehículos o más, ni hay ‘boina’, ni hay alarma, ni hay nada. Claro, que tampoco hay calefacciones funcionando, con calderas del año del catapún, de gasóleo ¡Y de carbón!, miles y miles. Pero eso ni se menciona. Y no es que los vehículos no contaminen, que sí, desde luego, pero de las calefacciones no se habla. Porque, eso sí, todo el centro de Madrid, el más polucionado, es viejo y, por tanto, con viejas instalaciones. ¡Vaya!

Por ejemplo. Llevamos unos meses de inundaciones enormes, por lluvias enormes y desastres, también enormes, en ciudades y costas.

Ciudades y pueblos con el agua por doquier, en volúmenes ingentes y, por tanto, con una fuerza descomunal. Coches, calles, casas, parques, de todo, destrozados. ¿Y dónde estaban esos coches? En las calles generadas para dar licencia a las casas… que se construyeron en el cauce natural del río o torrentera, alrededor del cual, hace muchísimos años, se hizo en primer asiento natural de la tribu, del convento o del ‘señor’ de turno, que luego se convirtió en ciudad, tuvo su ayuntamiento, sus habitantes, su desarrollo… y su invasión del cauce natural «porque, bah, ya está seco, no pasa una gota de agua y, además, sabemos el nivel de las avenidas desde hace 500 años (¿?)». Ya, ya.

Las costas. Ídem de ídem. ¿Qué hacen esas construcciones en esos sitios? No conozco todas las costas, ni mucho menos, pero, todas, TODAS las que conozco tienen las construcciones de primera línea, y en general de segunda y de tercera, en lo que antes, hace muchos años, era arena de playa. ¿Puede extrañar a alguien que el mar, un día, por lar razones climáticas (o no), vuelva a su lugar natural? Y claro, además, las playas se quedan sin arena. Pero si es que la que hay ahora no es la original.

Y eso, no solamente aquí. Hace bastante tiempo, en mis años mozos, estuve en Copacabana, playa preciosa. Mi santa y una amiga entraron en el agua, que estaba bastante tranquila. Alguien les dijo «tengan cuidado, que en 15 o 20 metros pueden revolcarlas las olas». Y así fue. ¿Y eso? El mismo informante lo aclaró. «Bueno es que las dos primeras manzanas de edificios están sobre la playa original. La actual es nueva a partir de un muro de hormigón sumergido que está a 15 o 20 metros del borde». Pues eso, que en todas partes cuecen habas, y en muchos sitios a calderadas. Aquí, también.

Ítem más. ¿Conoce alguien el paseo marítimo de la Antilla, en Huelva? La primera fila de viviendas está en la arena, la segunda no lo está (hay una carretera por el medio), pero tiene montones de arena entre las casas. Y la tercera línea igualmente.

O sea, que sí, que hemos revuelto el clima, pero hace cinco mil años, sin que hubiera intervención humana, los glaciares ya estaban retrocediendo, y, si hacemos caso al Antiguo Testamento, separando su aspecto religioso del puramente físico, catástrofes se describen, y si no, véase el diluvio universal o las siete plagas de Egipto. Y los gases de efecto invernadero aún no se habían inventado.

Que estamos asistiendo a un cambio ambiental, resultado de las actuaciones de la humanidad, desde luego, pero que hay que poner las cosas en su justo punto, también.

Y, además, ser conscientes de que muchos de los efectos catastróficos que ahora nos caen encima, lo son como consecuencia de unas decisiones que nada tienen que ver con las industrias, los gases o los vertidos, y sí con que hemos construido o sembrado o manipulado en los dominios naturales del agua, sea marina o fluvial.

Porque las aguas desbocada, que son muy difíciles, por no decir imposibles, de parar, por desgracia siempre, antes o después, vuelven a su cauce natural.

Así que, seamos sinceros, entonemos el mea culpa y demos al César lo que es del César.
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