17/06/2018
 Actualizado a 13/09/2019
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Mi bisabuelo tuvo que huir de casa una madrugada para que no le matasen. Le acompañó una hija, a la que sus hermanas le dieron el mejor abrigo que tenían, y no llevaban más comida que los huevos fritos, metidos dentro de una hogaza, que la familia estaba cenando cuando llegaron con el chivatazo: «Vienen a por ti». Se fueron pisando sólo en el reguero para no dejar huellas en la nieve. Caminaron por los montes de Babia hasta Teverga, se juntaron con otros maestros, durmieron en los pajares, cruzaron a la zona republicana primero, a Cataluña después. Allí enseñaron castellano a los que no sabían más que catalán y por eso mismo le tenían pánico al ejército de Franco. Luego, otra madrugada, tuvieron que cruzar los Pirineos. En Francia les recibieron bien pero les dejaron muy claro que allí no se podían quedar. Mientras esperaban por el Mexique, el barco de los exiliados, aprovecharon para hacer la colada y tuvieron que pasar un día entero en la cama porque no tenían más ropa que la puesta. A bordo, se juntaban los gallegos con los gallegos, los vascos con los vascos, los andaluces con los andaluces y los babianos, claro está, con los babianos, todos huyendo de la misma tragedia y con un mismo destino, pero dejando claro que la nación de naciones no era precisamente la causa de su derrota. En el viaje, les fueron dando lecciones de la historia, la cultura y las características sociales de México, para que supieran lo que se iban a encontrar. Mi bisabuelo escribía poemas contra Franco en mitad del océano. Como le recomendó un amigo, fue retrasando su reloj treinta minutos cada día, de modo que, cuando atracaron en el puerto de Veracruz, le marcaba con exactitud la hora mexicana. Esta semana en la que, al fin, hemos dejado de hablar del tiempo y nos hemos adentrado en el verano y en la exaltación de la doble moral, me he acordado mucho de ellos, de aquel viaje, de aquel barco cargado de miedo y talento. Más de 600 refugiados rescatados del mar navegan a la deriva por el Mediterráneo mientras nuestros responsables políticos los utilizan para sus respectivos intereses, constatando que su forma de entender una crisis humanitaria es como una evidente oportunidad de negocio. Llegarán esta noche a Valencia, un destino que no tiene que ver con el estado de la mar ni con las reservas de combustible ni con los víveres de los que disponen los viajeros: es el puerto que más beneficia electoralmente al PSOE, el mismo partido que en 2011 autorizó bombardear Libia, país del que ahora huyen los refugiados. En Andalucía, por razones obvias, existe una mejor infraestructura para acogerlos, pero, por razones obvias, no estaba asegurado el protagonismo de las fotos. El PP, ese partido que se permite darnos lecciones de moralidad y patriotismo a todos los españoles aunque los jueces lo consideren una organización criminal que roba a las arcas del Estado, dicen que la medida es populista y sensacionalista y que nuestro país se puede convertir en un coladero de inmigrantes ilegales. Podemos dice que queda mucho para cumplir con los compromisos adquiridos por España ante la Unión Europea y también con los que adquirió la UniónEuropea con España. Ciudadanos, que sí, que bien, pero... Hasta Quim Torra, el president que cree que los españoles somos bestias con forma humana, ha aprovechado para mostrarse menos bestia y más humano y se ha ofrecido a acoger refugiados. Por las redes sociales se repite la pregunta de que, si estás a favor de que España reciba al Aquarius, por qué no metes a los refugiados en tu casa. Al final, te invade la sensación de que todo es básicamente lo mismo, que lo que ocurre no le importa en realidad a nadie más allá de poder utilizarlo en función de sus propios intereses, da igual la dimisión de un ministro de Cultura por escupir al cielo, el cese del seleccionador nacional por despecho o 600 vidas a la deriva. Todo a nuestro alrededor son piratas al abordaje. Supongo que también yo sólo cuento todo esto para poder recordar el ejemplo de mi bisabuelo, que nunca perdió la dignidad.
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