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Ahora vamos a contar historias

31/08/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Ahora que comienzan a desdibujarse las huellas de los transeúntes y que se yergue de nuevo la hierba echada de los caminos. Ahora que recuperan presura y prestancia los lánguidos chorros de las fuentes. Las mismas que días antes lucían en la plaza del pueblo disfrazada con banderillas festivas. Ahora que muchas casas en el pueblo comienzan a cerrar los ojos para cobrar ese aire otoñal de amante despechada. Es tiempo de que los que retornamos del edén veraniego para reencontrarnos con ellos, afilemos los lápices de colores con renovada ilusión. Cada curso que comienza es una nueva aventura en la que al elenco docente nunca nos entregan un guión escrito. El escenario cambiará constantemente. Por ello solemos pertrecharnos con una maleta repleta de recursos entre los que no puede faltar el arsenal de buenas historias.

Decía Jesus Miguel Martín Ortega, que fue mi profesor en el Instituto Superior de Estudios Teológicos San Froilán, que hay que recuperar a los contadores de historias. Coincidía con el Premio Pulitzer Frank McCourt, autor de ‘Las cenizas de Ángela’ que en su novela ‘El profesor’ confiesa: «En lugar de enseñar me dedicaba a contar historias». McCourt relata sus peripecias en varios institutos. Muchas veces, en clases repletas de alumnado en riesgo de exclusión social. Mediante esas historias, llenas de sí mismo, el autor, a la manera de Scherezade, consigue encandilarlos y de paso tener cierto control en el aula.

La cuestión es acertar con el relato idóneo en el momento correcto. Con el tiempo y un poco de oficio la intuición te va guiando. Todas las áreas del currículum escolar se prestan a esta práctica y cualquier etapa educativa agradece tal aportación. Desde esos deliciosos retoños de Educación Infantil que con grandes ojos exploradores comienzan a descubrir el mundo, hasta los avezados alumnos de la Universidad de la Experiencia cuya añeja condición no les resta capacidad de asombro. Respecto a los que mejor conozco, los de secundaria, son especialmente permeables a una buena historia y aún en su continuo baile hormonal, perfectamente capaces de aquietarse cuando la historia les capta.

Quizá la clave para encontrar un buen argumento sea implicarnos en la historia narrada. Meterse en la fábula. Eso dotará nuestro apólogo de credibilidad y nos ayudará a extraer la moraleja. Que puedan aplicarla a su vida diaria. Encontrar respuestas y caminos. Esos caminos en los que todo profesor debe dejar marca. De esas huellas que no se desdibujan.
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