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Agustín no coge el AVE

03/10/2015
 Actualizado a 18/09/2019
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Agustín se sienta cada día en la estación de Brañuelas. Le gusta ver las vías a pesar de sus malos recuerdos. Disfruta con la llegada del tren, «cada vez con menos frecuencia», dice. Los pasos ferroviarios son lugares con un encanto singular. Modelos de paisaje urbano que nunca terminan de quitarse de encima un poso de cierta tristeza y melancolía. Transitar inerte que solo adquiere sentido cuando deja de verse. Cuando el lugar se queda vacío, sin vagones, sin pasajeros… Agustín se levanta y sujeto al bastón, o la cacha, que somos de pueblo, camina desde el edificio de viajeros hasta el almacén de mercancías, ya sin usar «desde hace un siglo», lamenta. Vuelta y vuelta. No falla nunca. Y recuerda el paisano mejores tiempos para la estación cepedana, en la linde ya con el Bierzo. Mercancías de todo tipo que pasaban en ambas direcciones. Camino a la meseta. Destino Galicia. El tren jubiló a los arrieros, quién lo retira a él.

Cuenta el cepedano que todavía no ha pasado el convoy que le traiga la mano que perdió; que se fue atartallada, desgarrada al resorte de un vagón, medio siglo hace, mientras trataba de ayudar a su pariente Martín Pérez, que se había enganchado en él. «¿Me la va a traer el AVE?», pregunta. «Lo mismo sí, o a un cirujano que te la ponga», responde Josefa, con sorna. La mujer ya lo conoció sin ella «así que no sé si la tenía bonita o fea», dice, otra vez con retranca. «Nunca me puso las manos encima, al menos las dos», continua la señora, ante la cara de incipiente cabreo del marido.

«Lo del tren rápido está muy bien», afirma, pero, se pregunta «¿si va tan deprisa no se verá nada cuando miras por la ventana?». La cuestión/reflexión de Agustín cuando menos consigue eso, hacer pensar. Tanta prisa por llegar al destino que se pierde el acto de viajar. Y de viajar con mayúsculas, como es hacerlo en tren. Prosigue el famoso manco de Brañuelas: «antes, de rapaces, íbamos a Astorga, o a León y, coño, estábamos nerviosos, esa noche no dormíamos…pero no era por ir al mercado o al San Froilán de León, los nervios eran porque íbamos a ir en el tren». El acto de viajar en dicho medio era toda una fiesta en sí. Una experiencia donde «se pasaba en grande».

Nadie niega que el hecho de unir dos ciudades, que antaño estaban separadas por 20 horas de trayecto, en poco más de 120 minutos sea algo bueno, importante y necesario. Que a buen seguro hará florecer más oportunidades para todos. Pero el señor Agustín teme otra cosa, en la que quizás poco se ha reparado estos días donde todos los leoneses parecemos más modernos que nunca. «Y ese tren ¿no se llevará más gente de la que va a traer? Igual nos quedamos con lo puesto», asevera. El AVE debe traer más que llevar. Esa es la idea. O al menos permitir que esa gente se vaya, y por la tarde vuelva. En cualquier caso ahora empieza a ser factible (si los precios no se envenenan) trabajar en Valladolid y vivir en León, ya que somos tan amigos leoneses y pucelanos obra y gracia de los alcaldes, obra y gracia a su vez del famoso tren.

Agustín mira de reojo este ‘pajarraco’ que ha llegado a León y cuando se le habla de la posible lanzadera a Ponferrada tuerce el morro que certifica con un «no lo verán tus ojos chaval, y los míos menos». Mira para el suelo, como todo anciano que se precie, chisca los dientes, simulando el palillo que no tiene en la boca «esto del Ave no sé yo, que sea ‘pa’ bien hijo, que sea ‘pa’ bien», finaliza con un poco de tristeza y muchas dudas.

Como es normal, los que han visto tanto, y de tantos colores, son reticentes a lo que viene, y más si llega con ínfulas de grandeza y alardes desmedidos de prosperidad, como es el caso. El AVE debe servir para unir, para fijar población, término este tan manido últimamente, dicho a la ligera por empresarios y políticos, pero no para separar más las zonas rurales de las grandes poblaciones. Que el tren de alta velocidad no envejezca más nuestros pueblos. Que se mantengan, o mejor, que aumenten las conexiones con las estaciones rurales. Seamos Austria, no Zambia. Sería mejor que Agustín tuviera más posibilidades de ir a León al hospital, o al mercado, o al Corte Inglés, que poder llegar a Madrid en dos horas, y no disfrutar del viaje salvo por el hecho de tener un enchufe bajo tu asiento donde conectar el móvil.
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