19/08/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Pillarse el dedo con la arandela del bulón. Que no llueva. Que no deje de llover. Cuando las vacas salían a pastar, que se metieran en lo del vecino. Que te roben los pajaritos. Que te obliguen a modernizar. Que no te dejen modernizar. Que modernicen y reviente hidrantes y tuberías. Que tarden 20 años en dar los títulos de la concentración. El 406 de segunda mano para la campaña de riego. Que ya no se fabrique la C15. Llevar una rueda en el aire porque partió la dirección. Encontrar cosechadora y no tener camión. Tener camión y no encontrar cosechadora. Tener camión y cosechadora, que venga la nube y ya no te haga falta ninguno. Que te enganche la toma de fuerza. Escuchar a los del laboratorio que a veces entre las piedras también llega remolacha. Que sean más largas las caminatas por pasillos de las administraciones que por el propio campo. Cortarte el ojo con la hoja de la maices. El atronador ruido de la despalilladora pasando la capa de piedras del final del cajón y el poema en la cara del veedor de la DO. Las torretas eléctricas, postes, encinas, etcétera, donde más estorban. El jabalí, los conejos, los topillos, la roya, la cercospora, los consejeros y demás plagas. No poder vender ni al vecino. Tener el matadero más cercano a cincuenta kilómetros. Lo que realmente se esconde detrás de palabras como redimensionar, relevo, vaciado, ayuda, cadena o tratado. Peor todavía, cuando se divulgan como ‘greening’, ‘capping’ o ‘dumping’ . Los políticos que a cada pueblo que van evocan su pasado labriego. Que siempre pingue el manguito o la botella cuando peor viene dar otro viaje. Pensar en ingenieros preocupados porque un peine de catorce metros pueda aprovechar hasta los veros de la finca.

Pero la peor tragedias de todas, es que todo esto le suene a chino a millones de personas que cada día se alimentan gracias al fruto de las manos de hombres y mujeres que sufren todo esto.
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