05/06/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Cada cual encuentra sus motivaciones, las que le mueven a hacer. Kent Follet, por ejemplo, escribía porque necesitaba el dinero para alimentar a sus ovejas. En mi caso, algunas de las cosas más extravagantes que he hecho en mi vida, como escribir o ir a visitar a Santa Claus al Círculo Polar, fueron motivadas por la ilusión de que un día me entrevistara Jesús Quintero, El Loco de la Colina. No existen límites ni miedos ni sentido del ridículo, si la motivación es propicia fuente de energía.

Antológica fue la entrevista que Quintero le hizo a Antonio Escohotado, quien no se quitó el anorak durante todo el programa. En un momento dado, por azar o por inspiración divina, el periodista le preguntó al sabio, qué era lo que no soportaba. El sabio, hierático como una sibila, sin sacar las manos de los bolsillos, contestó: «No soporto las aglomeraciones. El hecho de que todo el mundo vaya al mismo sitio, al mismo tiempo». Yo, entonces, era demasiado joven para comprenderlo, pero intuí que su respuesta llevaba envuelta la verdad revelada de un oráculo y la conservé en mi memoria como un verso sagrado. Hoy, también yo puedo decir que no soporto las aglomeraciones. Las aglomeraciones son a lo humano lo que el aglomerado es a la madera, un compuesto triturado y unido por presión y calor. Es decir, ni madera, ni humano, en uno y otro caso. Una masa compacta en la que los elementos pierden su identidad y diferencia, desapareciendo.

Traigo esto a colación, después de ver la fotografía de una aglomeración de montañistas, haciendo cola de llamativos colores, en fila india, para hacer cumbre en la cima del Everest. Ya ni siquiera, el punto más alto del planeta Tierra se libra de nuestro afán de termitas por devorarlo todo, dejando a nuestro paso un rastro de deshechos y basura. Ya ni siquiera a 8.848 metros de altitud puede uno estar solo. Es algo terrible, porque el individuo necesita de la soledad consigo mismo para no disolverse en el caldo de cultivo de la masa, donde la existencia se devalúa y se asemeja a la vida de los protozoos, los paramecios y las amebas. «Donde la plebe va a beber, todos los pozos quedan envenenados». Así habló Zarathustra.

Y la semana que viene, hablaremos de León.
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