¡Agarrarvox!: un sorbo de agua en el desierto que se avecina

La Feria del libro de Ponferrada unió corazones y libros, o al revés. Carrera, Arias, Escobar y Sánchez se sumaron a una celebración que dejó de lado la lluvia

Valentín Carrera
25/04/2022
 Actualizado a 25/04/2022
Participantes en la tertulia que se construyó al calor de la feria del Libro de Ponferrada.
Participantes en la tertulia que se construyó al calor de la feria del Libro de Ponferrada.
La tarde pintaba fría en la plaza consistorial de Ponferrada, por cuyos parterres -hoy desaparecidos- correteó algún día el niño Enriquín, cruzando desde su casa al Colegio de los Padres Agustinos, el mismo que lleva sus apellidos: Instituto Gil y Carrasco.

La tarde pintaba fría, pero una oportuna limonada -con su tapina de empanada- en Liébana ayudó a calentar los motores y estrechar manos: el «editor suicida» Héctor Escobar me presentó al escritor zamorano Tomás Sánchez Santiago, que venía con sus Cerezas en el escondite bajo el brazo. Yo llevaba en el bolsillo mi colección de Martes románticos y un Pilot fino morado romántico, morado podemita, morado nazareno.

Pero cuando llegamos a las casetas de la feria del libro, quien de verdad tenía una larga cola de fans para firmar era Paco Arias Ferrero y sus 40 rutas por El Bierzo de nueve a una, «viajes caleidoscópicos, expertos, sin esquinas -escribe Mar Iglesias-, que hacen amar lo que Paco ama, El Bierzo, sacándole todos los sabores».

Me lo había avisado nuestro editor y director en La Nueva Crónica, David Rubio: «Es un libro magnífico; está arrasando». Y así fue, allí estábamos Tomás Sánchez -con la distancia irónica del que sabe-; y yo -con mi Pilot sin estrenar-, mientras la cola de senderistas franciscanos daba la vuelta al ruedo.

Héctor calibró la situación. Si no puedes con el enemigo, únete a él; y como Paco seguía firmando guías del Planeta Bierzo, la mesa coja acabó teniendo cuatro sólidos pies de roble, nogal, castaño y cerezo; y el público que andaba por allí un poco afriolado se fue sentando al corro, y la conversación a cuatro voces tejió puentes y abrazos; y lo que iba a ser una firma de libros, se convirtió en un filandón.

Gracias a Tomás, a Paco y a Héctor por compartir; a Marta Quiñones por su esfuerzo, a todos los libreros de Ponferrada -y del mundo mundial-por su oficio heroico; y al Señor de la Lluvia por no llover más que lo justo.
Hacia el final de la tarde estrené el Pilot 0,5 -morado podemita, morado nazareno, morado romántico- y unos cuantos frikis se llevaron a casa firmado el artefacto Martes Románticos con Enrique Gil, por cuyas páginas navegan ya ojos generosos; o tal vez yacen desmayadas sobre una mesa, aguardando su humilde turno, a la espera de que se agote el cuerno de la Habundancia de Netflix.

Este asunto de las ferias de libros se está convirtiendo en feria de vanidades; los autores somos agradecidos, pero nos duele un poco este tributo de libar honores en el altar del postureo. Vale que a la cita acudieron gentes honradas que respiran Aire Limpio; y también lectoras anónimas, yo de Noceda; yo de Priaranza; una Helena de Troya, una charoteneísta que no se rinde, una femimenchu insobornable; y su enemigo declarado, exalcalde de la villa: ¡Qué extraña alquimia la de las Letras, capaz de reunir a tirios y troyanos baja una jaima del desierto! (pequeñita, por cierto).

De ese desierto que llaman cultura -y agarrarVoX ante lo que se avecina- en el que, de año en año, la feria del libro planta un oasis de esperanza. Porque no nos rendimos, en 2023 ¡volveremos!
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