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Aeroturismo en la tierrina

29/08/2021
 Actualizado a 29/08/2021
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No me lo podía creer. Allí, en aquel internet previo a las redes sociales, estaba una oferta de Iberia para un vuelo de Madrid a León por el mismo precio que un alsa. Había que catarlo. Así que, igual que en ‘No hay marcha en Nueva York’, no dejé escapar la ‘ocasión singular’ y me pillé un billete.

Lo de viaje doméstico me sonó tan oportuno para este caso que quise aprovechar para arreglar una avería casera en el Electrocash (no sé si se llamaría así entonces) de la Plaza de los Doce Mártires, que las tiendas de repuestos de la capital no me inspiraban la confianza de los comercios de la tierrina.

Llegué a Barajas feliz y ufano por mi viaje aéreo inaugural entre la Villa y Corte y la Cuna del Parlamentarismo. Tampoco es que yo estuviese muy curtido en las lides voladoras, pero me creía muy listo con toda mi carga, un par de mudas incluidas, en mi zurrón-equipaje de mano. Pero entonces llegó el momento de pasar el control de seguridad, el escáner empezó a pitar como en Chernobil y un joven guardia civil, de nombre seguramente Rubén, me preguntó con cara de haber visto al oso si aquello era mío y si podía abrirlo. Los ojos del chaval tomaron nuevas dimensiones cuando saqué del zurrón la tapa de una olla exprés. Mi gesto de no entender nada debió ser tan convincente que, tras explicarme que aquello estaba prohibidísimo, que no sólo era metálico y contundente (y, por consiguiente, susceptible de convertirse en un arma), sino que la lista de objetos proscritos en cabina estaba ilustrada específicamente con el artículo de menaje del cual yo era portador. Que había que facturarlo. Abochornado y asintiente, metí la tapa en mi modesto equipaje y me largué zumbando a la puerta de embarque después de que el agente me liberase con un «pasa, anda, pasa».

El viaje fue bien, empezamos a aterrizar cuando no habíamos terminado de despegar, y llegué al flamante aeropuerto de la Virgen del Camino. A pie salí de allí hasta la parada de autobús del santuario. El caso es que el tiempo invertido entre la puerta de mi casa de Madrid y la de mis padres fue 10 minutos más que si hubiese ido en autobús.

Tiempo después caté otra de las grandes locuras aeronáuticas de León: un vuelo de Lagun Air fletado para ir a ver aquella Feria del Libro Infantil y Juvenil que se montó a todo trapo antes de la crisis del 2007. Nos enseñaron el dispendio, comimos en La Mina, me escapé para llevarle a mi madre no sé qué movidas textiles (aprovechando ahí, siempre) y estábamos de vuelta a la hora de merendar. Todo aquello murió con el AVE, ese medio por el que ahora te clavan 100 euros por ida y vuelta desde Madrid.
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