11/06/2023
 Actualizado a 11/06/2023
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Seguro que les han visto por ahí, aunque si no están atentos y se fijan les habrán pasado desapercibidos. A menudo parecen otra cosa: jóvenes, les llaman, chavales. Son casi niños y casi adultos. Recorren ese continente desconocido y peligroso en que es fácil perderse o resultar herido: no se conocen caminos tal vez porque no los hay y las trampas abundan, nadie advierte sobre ellas y cuando alguien se toma la molestia de hacerlo parece otra trampa más.

Su cuerpo se ha rebelado contra ellos y todas las certezas acumuladas en años que pronto apenas recordarán o de los que se sienten forasteros se han venido abajo abandonándolos en un páramo tormentoso. No saben qué hacer con las congojas que les arrasan por dentro porque no conocen aún cómo domar el animal fabuloso que les habita, cómo nadar a la otra orilla de su propio naufragio.

Su cabeza se abarrota de planes y aspiraciones pero ninguno de ellos adquiere la forma que les permita encajar con el momento preciso en que han surgido, el que están viviendo. Para cuando sea así, sus proyectos serán otros y tan distintos como si pertenecieran a otra persona.

Disimulan fingiendo ser agresivos o evasivos, ignoran u ofenden intentando una reacción que les ubique en un preciso lugar. Si lo logran se felicitan y se revuelven; si no, se contrarían y se van. Perderse de vista es al menos una pequeña victoria. Si se consideran a salvo de miradas, muchos de ellos regresan a ese aspecto desvalido que jamás querrían mostrar en público. Se quedan solos y de pronto se paran de espaldas a un semáforo o en medio de la acera y su mirada se pierde a saber dónde, con el cuerpo encorvado, erizados, la ropa remangada y una mochila colgada de cualquier manera… A menudo se visten y arreglan de formas tan elaboradas y al tiempo tan parecidas que llegan a provocar rechazo por una extravagancia que solo nosotros vemos o por la naturalidad de un mundo que nos es ajeno, que nos molesta haber dejado atrás. Entre ellos se reconocen de inmediato, aunque no se hablen.

No percibimos el ridículo que sienten cuando ensalzamos recuerdos de épocas pasadas pero apenas comprendamos cómo éramos cuando éramos así, como ellos. Cuando adolecíamos por todo, cuando aprendimos a adolecer por definición. Cuando no comprendíamos un mundo hostil que nos acostumbramos a habitar aunque siguiera siéndolo, pensando que los demás debían acostumbrase también aunque tengan la edad en que nosotros no supimos hacerlo. Porque seguimos siendo como ellos, seguimos siendo ellos.

Ya en el final de ese viaje a algunos les llaman a votar en estos meses por vez primera sin que nadie les haya dicho nada que les persuada o esté a la altura de sus inquietudes. Muchos votan por oposición (a sus padres, al sistema, a lo que dice la mayoría o la minoría…). Lo hacen como quien arroja una piedra o lo hacen deseando que todo mejore. Como nosotros.
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