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Adivino y cartomancio

27/12/2020
 Actualizado a 27/12/2020
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No eran las navidades de mi infancia esas fechas que coleccionan adjetivos tan bellos y entrañables, tantos sinónimos de la felicidad. La coincidencia de la muerte de mi padre en fechas cercanas bañaban en lágrimas para mi madre esas esperadas cenas, en las que la mejor noticia era que pasaban.

Hasta que se enteró Nando. El adivino, el futurólogo, el cartomancio, el mago, curandero y un tipo bueno que iba sacando del hospicio niños hasta que se criaban y les buscaba un futuro. Entonces volaban.

En las escaleras de su casa nos arremolinábamos los chavales del pueblo para escuchar sus historias, para comprobar que le adivinaba algo a cada vecino que pasaba por la calleja, como adivinaba qué rapaza le gustaba a cada rapaz y viceversa porque, decía, «cuando se os clarean las orejas es por el amor... y sólo hay que fijarse cuando clarean dos a la vez». Con el tiempo adivinamos que además del ‘clareo’ le ayudaba mucho lo que le contaban aquellos niños que había traído del hospicio y jugando con nosotros se enteraban de cosas que le daban mucho juego a Nando, envueltas como sólo él sabía hacer.

Aquella Navidad, tendría yo 8 o 9 años, Nando me escuchó decir que no me hacía mucha ilusión que llegara la hora de la cena, por lo ya apuntado, y el mago hizo como que no había escuchado nada, como siempre. Y ahí quedó la cosa.

A media cena, con algunos villancicos de la radio tratando de poner ambiente navideño, comenzó a sonar por la escalera música navideña, salía claramente de una acordeón. El músico tiró de la cuerda de la puerta, entró y ya en la cocina sacó dos panderetas afirmando que necesitaba «dos pandereteros» para que le acompañaran en la ronda que iba a hacer. Se sentó, comió algún dulce, contó unas cuantas historias de las suyas y salió la ronda que recorrió el pueblo, a la que se fueron sumando otros músicos.

Al que se atreva a negarme, todavía hoy, que Nando era mago le remango un viaje que tiembla el misterio.
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