Adiós, amigo Ciriaco, adiós

Por Maximino Cañón

Maximino Cañón
10/05/2022
 Actualizado a 10/05/2022
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Cada vez me cuesta más tener que despedir a muchos amigos y amigas con los que compartí inolvidables momentos a lo largo de lo que va de vida. Aunque era conocedor en los últimos momentos de su estado de salud a través de su esposa Isabel, que de una manera discreta me iba informando de la marcha del implacable mal, no deja de causarme dolor y pena la pérdida de un AMIGO, con mayúsculas, al que no voy a ver nunca más.

Conocí a Ciriaco, ya prestigioso analista, cuando me lo presentó en vísperas de mi boda mi amigo, y después padrino de la misma, Jose Manuel Morán (Pipo) al ir a encargar el banquete en el desaparecido Café Novelty. Desde el primer momento pude apreciar la bonhomía que irradiaba entre los que le conocían. Tuve, con el tiempo y hasta nuestros días, una gran amistad con Ciriaco, con su esposa Isabel y con sus dos hijas, Isabel y Laura, de las que él se podía sentir orgulloso, aunque no hubieran seguido sus pasos en la medicina, por los brillantes puestos de trabajo que por méritos propios desempeñan.

Ciriaco fue la primera persona que me hizo no sentir el pinchazo en la vena. Su profesionalidad era conocida tanto por la clase medica como por los muchos pacientes que por sus manos pasaron. No puedo olvidar aquellos momentos que compartíamos los fines de semana con Pipo, Eva, Alejandro, Maria José y como no, tu querida esposa y compañera de trabajo y mi desaparecida e inolvidable Mila, mientras degustábamos unas viandas que te compensaban las largas jornadas que cada día llevabas a cabo a primeras horas de la mañana en varios sanatorios de la ciudad que gozaban de tus servicios, para, como un reloj, encontrarte a las nueve en el laboratorio, donde te esperaba tu esposa y compañera junto con el resto de la plantilla, para atender a los pacientes que allí se encontraban. Eras un profesional incansable y responsable al máximo. Jamás te tomabas a broma nada de lo que versara sobre la enfermedad de los pacientes. No tendría espacio para enumerar los favores que hiciste y de los que fui testigo, como se diría vulgarmente, en mis carnes. En una de las muchas conversaciones que tuvimos en los paseos que por La Condesa dimos en estos últimos años, antes de la maldita pandemia, me relatabas el miedo y lo que sentías cuando, después de pasar por la prestigiosa clínica madrileña Jiménez Díaz, te estableciste en tu querido León con un nerviosismo propio de quien comienza una actividad de la que pretende vivir al estar pendiente de que el timbre sonara y apareciese el primer cliente.

Con el tiempo fuiste ganando un prestigio, reconocido por la clase médica, que atesoraste hasta el final de tu ejercicio profesional. Después, los años y la pandemia hicieron que nuestros encuentros se espaciaran. También recuerdo una vez que, tomando una consumación, me dijiste: «Maxi, lo duro es cuando te vas quedando sin amigos porque dejan este mundo». La última vez que hablé con él fue por teléfono, como consecuencia del fallecimiento de mi inolvidable esposa, a quien lo mismo Ciriaco que Isabel querían como si fuera de la familia, para justificarse por no poder asistir al entierro debido a la debilidad que tenía.

Amigo Ciriaco, espero que en el cielo, donde a buen seguro desde ahora te encuentras, sigas recordando aquellos grandes momentos que juntos disfrutamos hasta altas horas de la noche. Isabel, tus hijas y tus nietos nunca olvidarán que aquí en León hubo un medico analista que se supo granjear el cariño de cuantos le conocimos por su profesionalidad y generosidad con los demás y que fue un esposo, padre y abuelo de los que dejan huella. Hasta siempre, AMIGO.
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