04/07/2021
 Actualizado a 04/07/2021
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Tampoco era necesario esperar al informe de Proyecto Hombre para suponer lo que estaba ocurriendo: a causa del confinamiento y de otras restricciones recientes, señalan, los problemas con la bebida han aumentado en la provincia de León en más de un 30%. Cabe pensar que eso no habrá ocurrido sólo en esta provincia, sino que, por lo que vemos en otros informativos, la impresión es que el consumo de alcohol ha estallado de forma más que general. Lo que ya no parece tan claro es otra de las aseveraciones que recoge el pensamiento de esa misma organización, al menos por lo que se refiere a esta dependencia: «la adicción es el síntoma de un problema que reside en la persona».

Residirá, no digo que no, y a solas con ellos mismos habrán bebido (habremos bebido) muchos individuos confinados. Las razones parecen obvias. Sin embargo, esta adicción se expresa, sin confinamientos ya y con restricciones aliviadas, de un modo más bien colectivo (botellones, fiestas, jolgorios varios), lo que demuestra que se trata de un problema que supera lo personal. De hecho, a consecuencia del repunte de contagios debidos en gran parte a esas jaranas, las administraciones sanitarias valoran volver a restringir lo que de un modo eufemístico se llama ocio nocturno. Hablamos entonces de un comportamiento claramente social, inmadurez o falta de juicio de las personas aparte.

Lo que, en suma, debe llevar a preguntarnos qué es eso del ocio nocturno. ¿Acaso no hay otras formas de tal ocio que no consistan en emborracharse? Y de ser así, tanto ahora como en los tiempos prepandémicos en el grado que correspondiera, ¿cómo es posible la pasmosa naturalidad con que se vive y se anima ese desparrame cotidiano? Más aún: ¿privamos entonces del dichoso ocio nocturno también a quienes no salen a embriagarse directamente? Alternar, tomar una copa, charlar tranquilamente en un bar para noctámbulos ¿genera adicciones, enciende contagios? ¿O el problema es el exceso? Como en todo, no mata el veneno sino la dosis.
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