Actualidad social en la obra literaria de Felisa Rodríguez

La autora de Noceda del Bierzo vuelve hoy a estas páginas porque es la elegida para el homenaje del mes de marzo, que alcanza ya su quinta entrega

Mercedes G. Rojo
01/03/2022
 Actualizado a 01/03/2022
En el homenaje que le rindieron jóvenes poetas en la década de los 90.
En el homenaje que le rindieron jóvenes poetas en la década de los 90.
«Cuando mi vida deje de ser mía,
como deja el jilguero de ser trino,
un corazón sin pulso ni destino
la tierra me dará por compañía (...) 
(‘Mensaje’. Felisa Rodríguez. Escritora)

Hay circunstancias que marcan, día a día, la motivación para escribir sobre unos temas u otros. Felisa Rodríguez vuelve hoy a estas páginas, porque es la elegida para el ya clásico homenaje del mes de marzo (ya en su quinta entrega) y, también, porque tras trabajar sobre su obra durante unos meses me he hecho consciente de la actualidad de los mensajes que nos deja en ella, contrastándolos con las situaciones que tanto a nivel nacional como a nivel internacional están acaeciendo, mensajes sobre los que sin duda seguiría insistiendo de encontrarse aún entre nosotros, dado que su preocupación por las consecuencias de lo que circunstancias de estas características pueden acarrear a quienes las viven formaba parte de sus máximas inquietudes.

Recordamos que Felisa Rodríguez nació en Noceda del Bierzo en 1912, donde también moriría en 1998. Destacó como maestra rural de avanzados métodos para su época con los que quiso potenciar no solo las posibilidades educativas que podemos encontrar en el medio rural sino también la posibilidad de sus mujeres para educarse y formarse académica y profesionalmente en aquello que verdaderamente quisieran. Fue una ferviente defensora del amor a la tierra a través de un acercamiento popular a la etnografía, el folklore y el estudio del patrimonio (también el arqueológico) y una adelantada a lo que conocemos como Educación Ambiental, hoy parte normalizada de nuestra escuela y nuestra sociedad (aunque tal vez no suficientemente). Literariamente activa a través de diversas revistas de la época y de su participación en numerosos actos poéticos que se prodigaron durante el último tercio del pasado siglo XX, nos dejó trece obras publicadas y algunas otras inéditas, donde entre versos, prosa y la utilización de fórmulas propias de la tradición oral, fue entretejiendo su pensamiento acerca de aquellos temas que eran mayormente de su interés, en una producción que tiene mucho de didáctico a la par que de reivindicativo.

Dicen de ella que, durante su ejercicio docente, se mantenía al margen de temas políticos incluida la huella que la guerra dejó en ella y las consecuencias personales y profesionales que le acarreó; pero la búsqueda de la paz es una constante en su obra, reclamándola continuamente, incluso por encima de guerras fratricidas. En ‘Del alba al vespertino’, su último poemario, nos deja versos como éstos: «Desde el llanto desnudo de esperanza/cuando a mi «vergel» lo devora el fuego,/ y con guerras los pueblos se aniquilan/un pacto de amor, le reclamo al cielo»; también estos otros en los que alude directamente al diferente destino de los dictadores que las promueven frente a quienes en persona las sufren: «¿Cuándo mueren «dictadores»/que llevan en la cartera/ cieno de abyectas traiciones,/ayer de trágica guerra?». Situaciones como la recién comenzada guerra de Ucrania o la crispación política a que está sometido el día a día de nuestro país son circunstancias más que suficientes para sentir la actualidad de su obra. En este sentido otra de sus grandes preocupaciones era el castigo continuo que los seres humanos infringimos a la Naturaleza, olvidando que todos los ecosistemas están unidos entre sí y que la vida y el bienestar de unos –especialmente el nuestro – depende de un perfecto equilibrio entre las partes. Dentro de tales preocupaciones, especialmente, los fuegos forestales, que traen consigo una deforestación que afecta al equilibrio de plantas y animales, así como a la calidad del agua y la tierra, con lo que ello trae de negativo para el mismo ser humano. Y llena sus páginas de poemas contra los incendios forestales, como estos versos entresacados de ‘De globos y de niños. Divina fantasía’: «(…) ¿Por qué no suenas campana/en torre de mis tormentos,/no ves que se quema el bosque,/y nadie oye sus lamentos?»; o estos otros: «(…) Nos cegó doliente pasmo/viendo que el edén soñado,/es paraje de esqueletos/ que el fuego había calcinado./ En oquedad del sentir/ruge furioso alarido./ ¿Por qué bosque, paz y dicha,/ es tal vilmente agredido?». Es mucha la parte de su obra que dedica a la denuncia contra los incendios, sean directamente o no tanto provocados por la acción humana. Son de tan rabiosa actualidad, aún cuando ni siquiera hemos salido del invierno, que sin duda sufriría profundamente ver lo poco que hemos avanzado en este sentido, especialmente en lo que a medidas políticas al respecto se refiere. Con la obra de Felisa Rodríguez nos enfrentamos a una literatura en la que el binomio ser humano-naturaleza es un tándem permanente a muchos niveles. Es verdad que en ella podemos encontrar mucho de denuncia y también de didáctica, pero no por ello el acercamiento a la misma se nos ha de hacer menos interesante. En cualquier caso, que ayuntamientos pequeños como Noceda del Bierzo (por la parte que le toca) pero también como Cacabelos, Gordoncillo, Luyego de Somoza, Santa María del Páramo, Valencia de don Juan o Villarejo de Órbigo, apuesten por dar voz y luz a personas como Felisa Rodríguez nos hace confiar en que aún hay un rayo de esperanza para que la labor de las mujeres en el ámbito de la escritura, la docencia, y muchos otros, pueda tener voz y luz en un mundo como el de hoy. Y muy especialmente en el medio rural.

Y si quieren conocer más de Felisa y de su obra, presten atención a lo que está por acontecer en las próximas semanas, porque encontrarán momentos de muy diferente calado para acercarse a ella desde muy distintos puntos de vista.
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