Imagen Juan María García Campal

Actos, el mejor homenaje

29/01/2020
 Actualizado a 29/01/2020
Guardar
Andamos –no sé por qué uso el plural– en realidad andan algunos especímenes de las peores calañas y vario género y pelaje otra vez aventando con clara intención de apropiación indebida y trueque en piedra arrojadiza todo género de víctimas de varia causa (guerra incivil, acción político-policial, terrorismo de vario tinte y hasta violencia machista).

Como que no todos tuviésemos víctimas violentas en nuestro corazón cuando hasta la muerte por natural que sea se presenta tantas veces injusta, violenta, dolorosa, cruel, cuando no ya hasta pronta e innatural.

No creo decente ondearlas como bandera del propio mástil o interés. Estimo mucho más honesto construir con el real e íntimo dolor que cada cual guarde en lo mejor de sí, las condiciones (políticas, educativas, culturales, etc.) que hagan aún más injustificable, más aborrecible, más inadmisible cualquier acción o reacción violenta contra un –y aquí sí duplico– o una semejante, hasta para el violento o tentado a ella. Que hagan toda violencia irrepetible.

Y no me tenga iluso o utópico. Agnóstico, recuerdo, hasta de mí mismo, tan solo me animan a esta posición experiencias y actos. No soy ni me tengo por mejor que nadie, sé y conozco de la maldad de humano género y, por ella, de la propia capacidad y actos; pero también sé y conozco, ¡aún más!, de su bondad. Mas la bondad cuenta con un hándicap, pues convendrá conmigo usted, persona lectora, que, no solo es más discreta y silenciosa, sino, lo que es peor, es mucho más silenciada por quienes prestan espacio, altavoz y hasta morbo a la maldad. Repare en ello. Si hasta en privado hablamos con más frecuencia de nuestras, ¡siempre únicas!, contrariedades, contratiempos y desgracias que de las facilidades, fortunas y suertes que la vida nos brinda o ha brindado. Como que a estas tres venturas tuviésemos consustancial y divino derecho. Pero así es, nos hemos creído demasiado –nos lo han inoculado– lo de «gimiendo y llorando en este valle de lágrimas», a veces, hasta tal punto que hay hasta mala conciencia de la alegría y obviamos la cotidiana celebración de la vida, aun sea conscientes de la injusta realidad.

No, no creo que nuestras víctimas –las de todos, porque todas son de todos, guste o no– quieran que las convirtamos en ondeantes banderas ni en piedras arrojadizas, sino en serenos actos, individuales o colectivos, que arraiguen y fortifiquen los más nobles valores de la humanidad y la democracia tan faltos de cotidianos actos.

¡Salud!, y buena semana hagamos y tengamos.
Lo más leído