Secundino Llorente

Acoso escolar: «silencio culpable»

16/12/2021
 Actualizado a 16/12/2021
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El pasado 3 de diciembre, en Antena 3, después del Hormiguero dedicado a Mariano Rajoy, me encontré por casualidad con el estreno en España de la película de origen francés: ‘El día que quemé mi corazón’, que nos cuenta el tormento del joven Jonathan Destin hasta el momento en el que intentó suicidarse, y todo ello sin que sus compañeros, padres o profesores se dieran cuenta de lo que le estaba ocurriendo. Fue entonces cuando todo salió a la luz. La gente de su entorno se empezó a preguntar qué le había pasado y se dieron cuenta de las vejaciones que llevaba años soportando. Me impresionó la reacción del grupo de adolescentes de un instituto madrileño, muchachos de 16 años, la misma edad que tenía Jonathan cuando quiso suicidarse. Coincido con ellos en estos cuatro adjetivos a la película: «Impactante, educativa, triste, cierta», y en las impresiones de rabia e impotencia porque refleja lo que les pasa a muchos chicos hoy en día. Pienso como ellos que es un problema extendido. «El acoso escolar empieza con cosas muy pequeñas, como por ejemplo insultos por el físico o por cómo van vestidos». Pero ese acoso puede ir aumentando, por lo que se necesita más empatía, más educación y más implicación por parte de los profesores, que en la película no quieren ni mirar para no tener que actuar ante lo que estaba viviendo Jonathan: «Todo empezó cuando tenía 10 años. Durante 6 cursos, me acosaron en la escuela. Me pegaban, me intimidaban, me decían que matarían a mis padres. Mis compañeros de clase se burlaban de mí y me amenazaban».

Me impresionó el realismo de esta película. Todo lo que ocurre en el filme es real y auténtico, por eso se convirtió en un fenómeno de masas. En mi opinión este es el tema más importante de la educación actualmente. Así lo entiende la Conferencia General de la Unesco que decidió, el 22 de noviembre de 2019, declarar el primer jueves de noviembre día clave para luchar contra el acoso en las aulas, incluyendo el ciberacoso. El 4 de noviembre de este año se celebró ese Día Internacional contra el Acoso Escolar y las escuelas e institutos realizaron diversas actividades para concienciar a los estudiantes, padres y profesores sobre este tipo de problemática tan frecuente en las aulas, y para saber cómo afrontarlo.

El acoso escolar son situaciones en las que uno o varios jóvenes tienen conductas negativas hacia otro como ellos y le molestan, asedian y hostigan con insultos, amenazas, intimidaciones, rumores, robos y hasta agresiones físicas. Estas actuaciones empiezan siendo leves, puntuales y hasta en broma, pero si se repiten de manera frecuente, estamos ante un posible caso de acoso escolar. Además, no sólo se considera bullying cuando se produce en las aulas, también lo es si sucede en el recreo, los pasillos, los baños, los gimnasios o incluso fuera, a la salida o entrada al centro. Por desgracia estos casos de acoso cada vez son más frecuentes en la vida de los centros escolares y suelen valerse de medios telemáticos, especialmente los Whatsapp. El martes de esta semana, el diario ABC de Castilla la Mancha publicaba esta noticia: «Una chica de 14 años denuncia la paliza de 7 menores, que grabaron la agresión». Ha contado a la policía que recibió golpes y patadas en todo el cuerpo, bofetadas, insultos, escupitajos, tirones de pelo y que le lanzaron cigarrillos encendidos. Todo ello en plena calle Laguna de Arcas, en el barrio de Santa María de Benquerencia de Toledo. Según la víctima, que no ha vuelto al instituto, donde estudian sus presuntas agresoras, por las secuelas físicas y por vergüenza después de la difusión del vídeo del ataque, asegura que el origen de la agresión fue un intercambio de mensajes por Whatsapp entre dos grupos. Lo terrible es que estas noticias son cada vez más frecuentes en la prensa.

El suicidio es una de las principales causas de muerte en jóvenes. Es difícil imaginar el sufrimiento al que han estado sometidos para dar el paso a terminar con su vida. En la mayoría de los casos la causa ha sido el acoso escolar. Los datos son escalofriantes: La asociación británica Beat Bullying declara que, dentro de la Unión Europea, hasta 24 millones de niños y jóvenes al año son víctimas de acoso y maltrato por bullying. Y lo que aún nos impresiona más, según un informe realizado por la Organización Mundial de la Salud, «alrededor de 200 mil suicidios al año entre jóvenes de entre 14 y 28 años». Las cifras son estremecedoras.

La pregunta es: ¿Qué podemos hacer para evitar esta lacra? Todos podemos ayudar, pero en lo que coincide la mayoría es que el culpable es el SILENCIO. Si los acosados no denuncian y los espectadores se callan, los agresores triunfarán siempre. Al más mínimo indicio que llegue a compañeros, profesores o padres es necesario actuar. En todo caso de bullying existen signos que nos pueden ayudar a detectar el problema. Por ejemplo, las víctimas pueden volverse más introvertidas, menos participativas o bajar su rendimiento escolar. Ese es el momento de intervenir. Si somos testigos de situaciones de bullying y no lo denunciamos nos convertimos en acosadores. La responsabilidad recae en todos y no debemos tener miedo a denunciar cualquier sospecha o indicio de acoso escolar porque ese puede ser el principio de la solución de un grave problema.

Estoy convencido de que todo acoso finaliza a los cinco minutos de ser conocido por el tutor o el equipo directivo. Lo importante es romper el silencio y encontrar un atajo fiable para descubrir el acoso. En mi experiencia directiva tengo que agradecer la ayuda de las juntas de delegados. Si el director de un centro escolar hace ‘piña’ con los delegados y se gana su confianza podrá contar en cada clase con los ojos del delegado que le comunica todo lo que sucede en el grupo. Si el delegado es listo, se dará cuenta rápidamente del acoso a cualquier compañero, se lo comunica al tutor o director y problema resuelto. Así de fácil y sencillo. El acoso se alimenta de silencios y se muere cuando se le descubre.
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