29/08/2015
 Actualizado a 17/09/2019
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Da la impresión de que el verano le botara las tuercas al personal, como si un monstruo se colara en el cuerpo de algunos descerebrados, a quienes se les trastocaran los sentidos y se les nublara la razón. Como si una lunada se les viniera encima o el mistral o la tramontana, que dicen procuran malos aires, les atacara las neuronas. Es entonces cuando los incendiarios (y las incendiarias, que de todo hay en la viña del Señor) disfrutaran metiéndole cerilla al monte, dándole candela a la naturaleza, ‘achisbando’ en definitiva nuestra vida, porque atentar contra la naturaleza es ir contra la especie humana, animal y vegetal. Una auténtica aberración.

Rabia e impotencia siente uno cuando esto ocurre, ysucede con demasiada frecuencia, fundamentalmente en época estival, que, con su sequía, propicia el ‘desparrame’ del fuego por doquier, casi siempre intencionado, que este año ha vuelto a calcinar nuestro Bierzo florido y fermoso, sobre todo los montes de Vega de Espinareda, después de que en el pasado mes de julio, incluso ahora en agosto, arrasara esta esplendorosa zona, abundante en vegetación, por la que tanto cariño siento, y donde viven los amigos Teje y Yuma.

El propio Miguel Yuma, afectado y entristecido por semejante barbaridad, contaba en este periódico, en su artículo titulado ‘Brigadas’, que da las gracias a todos los que contribuyeron con su esfuerzo a parar el fuego, «a todos pero en especial a los desarrapados hombres de amarillo y daría mi dinero y mi sangre para que siempre estuviesen ahí, vigilantes, con su uniforme dorado intacto y sin dar un palo al agua durante todo el verano». Uno también daría, en verdad, su sangre y su dinero para acabar con esta locura, que cada año nos mete el miedo en el cuerpo y nos asfixia el alma. Es obvio que vivimos en un mundo trastornado en el que diariamente se devoran excrementos rebozados o las entrañas de recién nacidos tal como salen del útero materno. Una sociedad en la que estos tarados logran causar mucho daño. Es lo que tenemos.

En el Bierzo (en tantos sitios, por desgracia), los pirómanos, regocijados en sus chispas, parecen disfrutar achicharrando lo que se les pone a tiro. Sólo están a la espera de que el campo se reseque para darle estopa porque hay quienes siguen creyendo, en su desfachatez y maldad, que quemando se regenerará el verde para los pastos (cuando es todo lo contrario), chamuscando el suelo de los sotos de castaños con el fin de apañar mejor las castañas cuando llegue la temporada. En el fondo, a estos vehementes les resulta más fácil quemar que desbrozar, o simple y llanamente se lo pasan pipa abrasando los bosques.

¿Quién sabe qué mierdas tendrán en la sesera quienes se dedican a montar tales cirios? Lo cierto es que a esta gente (por llamarla de un modo educado) no le importa ni la belleza paisajística, ni la naturaleza, ni la vida. Y sólo desean carbonizar nuestra memoria, nuestros paisajes, que tantos años tardarán en regenerar, como nos recordara nuestro paisano Víctor Rodríguez en la revista La Curuja a propósito de la sierra de Gistredo. Sólo aspiran a que nuestra tierra se convierta en un páramo o desierto negro como la antracita y la muerte.
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