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Aceite de girasol

20/03/2022
 Actualizado a 20/03/2022
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Hace no tanto estaba el aceite de girasol a medio euro el litro. Eran los tiempos en los que nadie miraba los ingredientes, cuando desconocíamos que había una cosa que se llamaba aceite de palma e íbamos tirando adelante sin tener conciencia de lo que comprábamos. Ahora que la preciada grasa prácticamente alcanza el precio del aceite de oliva (y que éste sube en los mercados por la ley de migración de la demanda) nos ponemos a pensar de dónde viene lo que consumimos.

Hemos mirado para otro lado durante demasiado tiempo. Hemos escrito en redes sociales mensajes contra el capitalismo… desde un teléfono móvil fabricado en China por una multinacional estadounidense con una facturación superior a media África. Ahora que hay una guerra que descojona la economía internacional vienen los lloros, pero durante demasiado tiempo hemos estado comprando ropa a precios ridículos precisamente con el objetivo de ‘renovar el armario’ cada temporada o cada pocos meses.

Somos culpables. Pero no todo está perdido. Movilizaciones como las de los transportistas contra los precios de los combustibles, que han desatado el odio de los ¡sindicatos! y de ¡las izquierdas! demuestran que hay luchas que todavía tienen espacio en la sociedad. Se podría empezar por reconocer que los sistemas de producción y distribución han penado a los agricultores. Estos se dedicaban, por ejemplo, a plantar hectáreas de girasol sólo por recibir la subvención de la Unión Europea, para luego dejar que el producto se pudriera, porque no les rentaba la recolección, el almacenaje y demás.

Nuestra tierra ha mutado en sus producciones de agricultura y ganadería debido a los caprichos de unos pelagatos en Bruselas, que establecían qué era lo que más convenía a millones de trabajadores sin haber pisado jamás un centímetro cuadrado que no fuera de moqueta. Ojalá esta agresión indecente y absurda a Ucrania sirva para darnos cuenta de que hay que pagar con justicia a los que nos alimentan, lo cual incluye a los camioneros que durante lo más chungo de la pandemia hicieron lo imposible por llevar mercancías de un lado a otro para evitar el desabastecimiento. Y también para reindustrializarnos, después de haber externalizado las producciones en China por ahorrar cuatro cochinos euros. Basta asomarse a una terraza lo suficientemente elevada de León para atisbar campos donde se podría plantar girasol o cereales para venderse a unos precios justos para todos.
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