06/09/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Desde mi última columna, ha pasado más bien poco en la actualidad política. Al parecer, antes que formar un Gobierno estable para España, es más importante coger unas buenas vacaciones y ya si eso, a la vuelta de Doñana, nos ponemos a intentar afrontar los grandes problemas que tenemos sobre la mesa.

En alguna ocasión les he dicho que la culpa de que padezcamos a cierta clase política y a cierto periodismo, es nuestra. Todos (o muchos) somos conscientes de la que se nos viene encima y no hacemos nada. Pretendemos que alguien, el Estado, nos venga a solucionar la papeleta sin querer asumir ningún esfuerzo ni responsabilidad.

Por eso es tan difícil acercarse y practicar los principios liberales. Todo el mundo en su foro interno es liberal, faltaría más. ¿Quién no quiere la libertad individual?, poder decidir por uno mismo su camino «sin tutelas ni tutías» como dijo Fraga.

Pero ese ejercicio de libertad que al fin y al cabo defiende el liberalismo, no es gratuito. La libertad implica responsabilidad y eso ya no suena tan bien. Si tenemos el derecho a decidir nuestro camino personal, familiar o profesional, debemos tener la obligación de asumir las consecuencias que deriven de esas decisiones tomadas en libertad.

Aunque cueste creer, hay mucha gente que prefiere sacrificar parte de esa libertad, para asumir menos responsabilidades, haciendo evidente su falta de madurez. Es un tema cultural derivado en parte de la interpretación personal de las religiones. Siempre buscamos esa protección paternal en un ser superior, alguien que nos pueda ayudar en los momentos de dificultad, que nos perdone nuestras faltas y nos extienda los brazos a los que nos podamos arrojar cuando hay épocas de zozobra.

Esa respuesta dogmática a nuestras inseguridades, en sociedades como la nuestra donde se ha ido regando durante años la semilla de la socialdemocracia, deriva en una confianza ciega en el Estado por encima del individuo, con la idea errónea de que las estructuras de ese Estado siempre tomarán mejores decisiones que los individuos, cuando esas estructuras están formadas por personas en muchos casos peor formadas (y con peor intención) que nosotros mismos.

En los casos más extremos, ese dogma se convierte en dictadura, fascista o comunista, donde el líder, el führer, el tovarich, el partido o el aparato, es el que decide el destino de todos los individuos.

Por fortuna, en ocasiones, la gente se revuelve ante eso y brotan casi espontáneamente, iniciativas en la sociedad civil que luchan contra ese colectivismo. Este verano ha nacido el ‘Think Tank’ Acción Liberal (@AcLiberal) donde desde un punto de vista trasversal busca poner pie en pared ante el atropello a las libertades.
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