Acabó el verano

El verano climatológico ha terminado y con ello llega el tiempo de recibir lluvias y mermas de temperatura, hechos que a mucha gente disgustará, pero que permite reiniciar gran parte de los ciclos biológicos que hacen de nuestro entorno más próximo un lugar privilegiado. Nunca di tanta importancia a estos cambios hasta que una alumna, llegada desde el trópico, me contó que no conocía la estacionalidad climática hasta que llegó aquí y comprobó cómo esas alternancias climatológicas permitían revivificarse a muchos organismos.

El verano se ha ido y con ello disminuye (que no desaparece) el riesgo de sufrir grandes incendios forestales. Nuestros montes no han sufrido, por el momento, el azote de esa infamia tantas veces repetida. Me gustaría pensar que todo se debe a que desde la administración se han hecho las labores de mantenimiento y prevención eficientes y efectivas, pero no soy tan crédulo.

Múltiples son las circunstancias que han intervenido para que la cerilla no prendiera, en demasía, los montes leoneses. Cada vez con más frecuencia las señales de alerta son más rápidas. Cada año los profesionales del ramo están mejor preparados para acudir a esas alertas, aun a pesar del desprecio y la inatención que sufren por parte de las autoridades ambientales de la comunidad. Cada año la conciencia ecológica va mejorando en parte de la población que ve como el mantenimiento de lo verde es un signo patente de la calidad de vida y de futuro para quienes permanecen en el territorio y no solo para aquellos que lo disfrutan de manera ocasional o temporal. Ya solo quedaría que todas las promesas hechas al calor de las brasas de los incendios pasados, única ocasión en que se ponen sus lustrosos chalecos multibolsillos para salir en fotos de portada, se cumplieran, que las ayudas llegaran a pueblos y pobladores, que lo quemado fuera restituido con criterios ambientales y sociales, y no solamente desde una óptica monetarista de corto alcance, que se respete y proteja lo que nos mantiene vivos.