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Abundancia y Carestía

05/05/2022
 Actualizado a 05/05/2022
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Hay un consenso casi unánime de que estamos yendo a una época de Carestía generalizada. El momento de la Abundancia, aquel en que atábamos los perros con longaniza, quedó muy atrás, a una distancia sideral, o casi. Uno no sabe hasta que punto es cierto este axioma, porque aún no hace tres semanas, en Semana Santa, parecía que León había sido invadido por una horda insaciable de humanos para los que no existía el mañana. Está bien hacer caso a los clásicos, en este caso a los romanos con su ‘carpe diem’, pero nunca es aconsejable exagerar. Si toda esta tribu, al volver a su casa, tuvieron que ponerse a dieta estricta para equilibrar sus cuentas, es que hicieron un pan unas hostias y así les luce el pelo. El asunto es que hasta que llegó la Carestía, el mañana no existía, y si existía, venía difuminado en una niebla que no nos dejaba ver bien. Una de dos: o todo lo que nos dicen que se avecina es un cuento, o es que todos tenemos el riñón forrado con billetes azules, amarillos o morados y no lo declaramos a la hacienda pública, engañando al Estado y a nosotros mismos.

Lo cierto y verdad es que cada vez que vamos al súper o cuando vienen a Vegas los vendedores ambulantes, (panadera, fruteros, pescaderos, charcuteros o carniceros), tenemos que pagar más que la vez anterior que compramos. Algunos artículos, de seguir así su curva ascendente, serán sólo para los ricos, como el aceite; que uno sepa, es un bien de primera necesidad, porque lo usamos en todo lo que cocinamos. Da lo mismo que sea de oliva o que sea de girasol: a este paso sólo lo podrán adquirir Ana Patricia Botín y cuatro privilegiados más. El resto de los mortales, para nuestra desgracia, tendremos que aprender a cocinar con unto, tocino o grasa de gocho, como nuestros antepasados. No digo que sea malo, (qué seguro que no lo es), pero es que no sabemos hacerlo y nos quedarán unas comidas malísimas.

Para entrenarnos, os voy a dar una receta ancestral, vieja como este viejo reino. Es, como todas las que heredamos de nuestros abuelos, bisabuelos o tatarabuelos, una receta de aprovechamiento, de aquellas en las que usamos todo aquello que no sirve para otra cosa que para dar de comer a los perros. Os hablo de la ‘Chanfaina’. Según Julio Caro Baroja, «la chanfaina es comida de pueblos guerreros, reminiscencia de la época prerromana. Es un plato impuesto por la economía ganadera de la montaña y por circunstancias difíciles de guerra». Bueno, a la receta. De lo que se trata es de aprovechar adecuadamente y con gusto las patas, la callada, la entrañada y la sangre del animal. Se limpian muy bien los trozos y se pelan y entrecallan en una cazuela con abundante agua. Una vez todo limpio, entrecallao y picado, en una tartera de barro, (a ser posible), se echa un buen trozo de unto, dejando que de derrita, y se rehoga con un frito de ajo, cebolla, perejil, laurel y una cucharada de pimentón bueno y picante. Y se terminó el plato. Para comerlo, sírvase con un buen vino, del Bierzo, joven y poderoso, a ser posible, y, por cada comensal, un cacho de pan hermoso, para arrebañar hasta la última gota del moje. No conozco a nadie que no se haya sentido satisfecho después de haberse zampado un plato de chanfaina. Más rural y barato es imposible de encontrar. Sí. Es cierto que es un himno al colesterol, pero, ¡joder!, en época de Carestía es mejor llenar la panza que pasar hambre. Luego, si queréis y hacéis caso a los modernos, podéis dar un paseo o, mucho más inteligente, dormir la siesta. A vuestra satisfacción...

Fijaos lo buena que es esta comida, que una vez leí que dos pobres peregrinos, allá por el año del señor de 1232, cansados y hartos de la monotonía del camino por la terrible estepa castellana, llegaron a Sahagún de noche y sólo encontraron cama y comida en una pequeña taberna cercana a San Benito, dónde, por supuesto, del dieron de cenar un plato de chanfaina. Tanto Gilles de Carennac como Karl de Rothenbur, después de haber cenado, se sintieron tan reconfortados, tanto en el cuerpo como en el espíritu, que se les pasó el sueño y descubrieron la ‘noche leonesa’ en la villa dónde Carlomagno ganó, (gracias a la intervención divina que convirtió los álamos de la ribera del Cea en lanzas), a los moros la última batalla antes de caer derrotado en Roncesvalles. En aquel tiempo, Sahagún era una especie de ‘Las Vegas’ en la península. Cientos de tugurios dónde aprovechar el tiempo para tomar la última, jugar una partida de dados o follar con las cientos de damas que vendían su cuerpo por dos cuartos... Nuestros amigos, por lo visto, no tuvieron rival aquella noche mágica... Todo por haberse comido un plato, rico y con fundamento, que daba, y da, na energía sobrehumana... En fin... Salud y anarquía.
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