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Absolutismo democrático

20/10/2020
 Actualizado a 20/10/2020
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Hubo un rey en Francia que tenía tanto poder que llegó a decir: «El Estado soy yo». Decía que por encima de él solamente estaba Dios. Todo el poder centrado en una sola persona. Es lo que se conoce como absolutismo. Por el contrario en los estados modernos es fundamental aplicar la doctrina de Montesquieu, esto es, la división e independencia de los tres poderes: legislativo, ejecutivo y judicial. Cuando estos tres poderes se concentran no en una sola persona, sino en el Estado, se le llama totalitarismo. En realidad absolutismo y totalitarismo son dos formas de gobierno hermanas o primas carnales.

En España hemos tenido un gran ejemplo de absolutismo, el rey Fernando VII, también conocido como «el rey felón». De él hemos visto escrito lo siguiente: «un soberano absolutista y, en particular, como uno de los que menos satisficieron los deseos de sus súbditos, que lo consideraban una persona sin escrúpulos, vengativa y traicionera. Rodeado de una camarilla de aduladores, su política se orientó, en buena medida, hacia su propia supervivencia».

Pero lo ocurrido allá por los siglos dieciocho y diecinueve es algo que puede repetirse perfectamente en la actualidad. En el momento presente, por supuesto, hay varios estados totalitarios, fundamentalmente en los inspirados por la ideología comunista, como Cuba o Corea del Norte, entre otros. No esperemos encontrar en ellos la deseada división de poderes. Se trata de auténticas dictaduras, pero que son perfectamente compatibles con estados teóricamente democráticos, en los que cada cierto tiempo se convoca a los ciudadanos a las urnas. Es lo que nos hemos atrevido a describir con dos palabras contradictorias: absolutismo democrático. ¿Cómo es posible esto?

Basta con que llegue a gobernar alguien cuya obsesión sea la propia supervivencia en la poltrona y que necesite el apoyo de un apóstol del más rancio comunismo. Dado que no les queda más remedio que convocar elecciones, necesitan tener totalmente controlado el poder judicial para que cualquier tropelía, irregularidad o pucherazo quede totalmente impune.

Si a esto añadimos el control y manipulación de los medios de comunicación o la obsesión por aprovechar la educación para imponer sus ideologías, veremos que la democracia puede convertirse en una palabra vacía de contenido, pues en definitiva el ciudadano tiene que conformarse con depositar su voto en una urna, consciente o no de que su voto no impedirá que sigan gobernando los de siempre. Como en Venezuela.
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