Abrir la calle a los diferentes

15/03/2019
 Actualizado a 14/09/2019
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Nunca le aplicaría al paisano que hoy nos regala Mauri aquella vieja canción infantil que todos cantamos en el recreo de la escuela, la de «a tapar la calle que no pase nadie», que viene a ser el «cierra la muralla», que también cantamos, con Quilapayún.

Ya está bien de «abrir la calle» a los de siempre, a los que repugnan de guapos en traje, repugnan de guapas sin él, a los concejales con carteras, a los que van deprisa sin ninguna prisa, a los que pitan porque sí, a los profesores de todo, a los alumnos de nada, a los que te miran sin hablar y te dicen «tu no sabes quién soy yo», a los que sí sé quién son pero me miran como echándome en cara que no lo sepa, a los curas sin sotana, a las monjas ancianas... A mí.

Prefiero abrir una calle que sea más entretenida, con gente que fuma en pipa o cachimba, con Escobar caminando debajo de un enorme sombrero del que sólo sale su bigotón y su sorna, con Cheva con boina y bandera, con Chuchi de requeté, con el obispo en triciclo, con monjas haciéndose fotos subidas en la negrilla de Amancio mientras las anima el cuponero de los ciegos pese a que ve, con candidatos que no te sonríen más que ayer pero menos que el 28A, con Mariano el de Gete que te enseña la cachiporra bajera de la cacha mientras suelta una estruendosa risa que paraliza y asusta a los señores ensimismados en sus móviles, con Manolo en traje y sombrero camino de alguna presentación –le da igual de qué–, con Tacho Getino con guantes azules y Gusendo con capa, con alcaldables que para no cansarse llevan detrás a Paco el de La Bicha dando los abrazos debidos...

A abrir la calle.
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