12/10/2020
 Actualizado a 12/10/2020
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No me gusta el término necroturista, pero habrá otro millón más de calificativos que no me agradan y me visten igualmente. Preferiría necroviajero, pero tampoco visitar tumbas es normalmente el único motivo de acudir a los lugares que no conozco. Además, para ser más exacto serían conjuntos de tumbas porque no es la peregrinación lo que me mueve a deambular por los camposantos del mundo alante. No los suelo visitar con guía, pero intento recopilar información que luego compruebo sobre el terreno. Este año, lo más impactante que he visto no ha sido nada que tenga que ver con el arte funerario, las tumbas de los ilutres o con las anécdotas truculentas. Ha sido la famosa curva traducida en fechas, nombres, imágenes, epitafios y flores, la gráfica impresa en el ánimo. Con poco fijarse se suceden las lápidas datadas en abril como una letanía: 10 de abril de 2020, 11 de abril de 2020, 12 de abril de 2020, 13 de abril de 2020, 13 de abril de 2020, 14 de abril de 2020, 14 de abril de 2020, 14 de abril de 2020... Pasar por ellas, comprobando la edad, leyendo el nombre, es duro. El mármol todavía reluciente es más áspero que la forja herrumbada de las cruces seculares. Aunque agarre a uno por dentro esa impresión, hay que aceptarla porque ya es parte de cada cementerio de España, donde dentro de unos días se intentará controlar el aforo, contener la emoción, donde las imágenes volverán a sobrepasar a las cifras y el drama mostrará sus rostros. Recorriendo esos pasillos de los cuarteles más nuevos, nichos y nichos con mármoles todavía impolutos, se asimila en lo más profundo esta lección de humildad que esperemos que sea de Historia en unos meses.

Desde hace tiempo los cementerios se han abierto para hablar de los pueblos que los habitan. Desde hace meses vienen gritando un capítulo que deberemos repasar hasta que seamos capaces de que no se vuelva a repetir.
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