Imagen Juan María García Campal

Ábalos no es Gassman

16/12/2020
 Actualizado a 16/12/2020
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Que la ficción en su acepción de fingimiento, de simulación, de engaño, ocupa cada día más espacio y tiempo en la política, concebida ésta tan sólo como gestión de la cosa pública, es triste y frecuente obviedad.

Aun así, uno, ya cansado y descreído de casi todo y por ello cada día más cercano a las pocas cosas que, en realidad, son esenciales, considerando el coste de las entradas al cotidiano teatro político, casi lo único que pide es que los actores que representan al hombre de Estado se sepan el papel, que no se queden en blanco en medio de la función rompiendo nuestro paciente encantamiento, pues dicho desgarro en la ficción viene a ser como una bofetada que nos vuelve con toda crudeza a la quebrantada realidad de estos días de tan mejorable vivencia.

Que José Luis Ábalos no es Vittorio Gassman salta a la vista. Pero ello no obsta para que, al menos, a la hora de representar su papel de ministro de la general transportación tuviese presente alguna de las enseñanzas del gran actor. Sobre todo aquella en que dice: «Un buen actor es un hombre que ofrece tan real la mentira que todos participan de ella». Porque ya casi no pide uno temeridad alguna –que se nos diga la verdad, que se nos trate como a ciudadanos y no como a imberbes pipiolos, por ejemplo–, sino que ya casi uno se conforma con que lo engañen bien. Quizás así no nos regurgitase la vergüenza ajena ni nos subiesen la tensión y las ganas de blasfemar y escupir en el suelo al oír al ministro intentar disimular su ignorancia sobre la tan esperada solución para la vieja reivindicación de la capital y montaña leonesa con respecto al FEVE. «¿Se está refiriendo a…?» ¡Dubi, dubi, dubi…! Si llega a tener una mesa baja cerca, igual nos suelta –sin acento tejano, eso sí– aquel otro vergonzoso: «estamos trabajando en ello».

Y claro, uno, vista y oída tal engañifa, vuelve a Gassman, a su ‘Sobre el teatro’, y aún se irrita más, se descree más, se desilusiona más, cuando lee que «el teatro no se hace para cantar las cosas, sino para cambiarlas». Y me irrito, me descreo y me desilusiono más, porque si éste sigue siendo el truco político del gobierno –no es el primero que veo– yo romperé mi tambaleante trato, ya tan sólo sustentado en la tristísima razón del mal menor.

No, Ábalos no es Gassman. Tiene ya el alma del poder. Y un buen actor, un buen ministro y si se dice socialista aún más, siguiendo a Gassman: «no debe tener alma, porque tiene que recibir el alma de los demás».

¡Salud!, y buena semana hagamos y tengamos.
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