27/07/2016
 Actualizado a 13/09/2019
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El Palacio de Canedo es uno de esos lugares a los que, tarde o temprano, tenemos casi la obligación moral de acercarnos. A mí me gusta ir de vez en cuando; solo hace falta buscar una buena excusa. Así que si no has estado nunca, avísame; y si ya lo conoces… también. ¿Por qué no?

Comeremos como Dios manda –¿no hueles ya el botillo?–, y con un buen vino de la casa, que no es poco decir. Y nos embobaremos, antes y después, tratando de descubrir no sé muy bien qué entre los muros de la enorme casona dieciochesca, o en los viñedos que se encuentran a sus pies. Y, antes de marchar, pasaremos por la tienda… y algo compraremos. Es casi inevitable. No es especialmente barato pero, aun así, merece la pena. La próxima vez no me voy sin las castañas en almíbar…

Hay quien dice que el Palacio de Canedo parece Falcon Crest. Puede. Pero aquí se ‘respira’ Bierzo… y contra eso es difícil competir. Pregúntale, si no, a José Luis Prada, el artífice de todo esto. Lo reconocerás fácilmente, puesto que su cara –aunque unos años más joven– es su logotipo. No te extrañe encontrártelo por allí y que charle un rato contigo.

Prada es un enamorado del Bierzo –de eso no cabe duda– que, hace ya tiempo, decidió apostar por esta tierra. Y parece que no le ha ido mal. Un hombre incansable que se ha ganado a pulso su popularidad, entre otros motivos por su afán por la innovación, por la búsqueda constante de algo diferente; por el atrevimiento –si me apuras– que le lleva a tratar de ir siempre un paso más allá.

Hace veinticinco años, sin ir más lejos, lanzaba –toda una osadía– Xamprada, su hoy emblemático espumoso que ha desbancado al cava y al champán en muchas de nuestras casas. Y, precisamente el miércoles pasado celebraba por todo lo alto este aniversario –y el del Tinto Maceración Carbónica, que son de la misma quinta– en el Palacio de Canedo, con la presencia de más de trescientos cincuenta invitados. Por desgracia, yo no estaba entre ellos. Así que me quedé sin esas gafas ‘revival’ de los setenta que obsequió a los asistentes, exactamente como las que él usaba y que son uno de sus distintivos. Un símbolo de Prada A Tope. Otra vez será…
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