10/04/2021
 Actualizado a 10/04/2021
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He seguido con interés (y pena) el caso de George Floyd que ahora se encuentra en los Tribunales y en vía de resolución.

Las imágenes del altercado en el que falleció Floyd son terribles. La gente se ha movilizado contra la brutalidad policial en unas manifestaciones en las que, sin embargo, el odio ha estado muy presente.

Sin entrar hoy en la intolerable fractura social y racial, quisiera tocar una de las causas que, según mi entender, subyace a estos episodios y es la tenencia de armas.

No quiero ni imaginarme viviendo en un lugar donde todos pudiésemos llevar en el bolso o en la guantera un arma de fuego.

Supongo que, en determinados casos, un gesto sospechoso podría parecernos la inminencia de ser abatidos, provocando una respuesta, en principio justificada, pero que a la postre podría probarse no sólo desproporcionada sino innecesaria y culposa.

El miedo es un catalizador de violencia. Sentir una amenaza de muerte desencadena una serie de reacciones físicas que dejan poco espacio para la calma y el raciocinio. Es complicado exigir a una persona que siente que su vida está en peligro que actúe como lo haría un maestro Zen.

En EEUU la segunda Enmienda, del año 1791, garantizaba la defensa mediante la posesión de armas. Teniendo en cuenta que el país acababa de pasar por una guerra de independencia, quizá entonces la enmienda tuviese sentido, sin embargo, esta costumbre (contemplada como un derecho) ha pervivido durante más de dos siglos.

Es, no obstante, un derecho que convendría analizar a la luz del presente ya que solo en 2020 han muerto por arma de fuego en EEUU más de 19.000 personas, sin contar suicidios. Es la cifra más alta de los últimos 20 años. El promedio desde 1999 es de 11.500 al anuales.

Las principales causas de este aumento son la pandemia y la creciente pobreza, dos factores que, por otra parte, también estamos acusando en el resto del mundo. Con la expansión del coronavirus en Estados Unidos, 3,3 millones de personas han perdido su empleo y la gran Democracia que supuestamente reina en EEUU no evita que las clases más desfavorecidas se vean privadas de, entre otras cosas, una asistencia sanitaria, básica y digna, ya que el coste de los seguros médicos es astronómico. Imaginemos a un hombre con un hijo gravemente enfermo, nulas posibilidades de ayuda y la tenencia de un arma. No nos engañemos, esta es una combinación peligrosa de entre las muchas variantes que podríamos listar incluida la de adolescentes con problemas como sucedió en el instituto Columbine.

Sin embargo, tampoco nuestro sistema me parece especialmente garantista en lo que respecta al uso de armas en casos de defensa personal.

Usar un arma en España, incluso con permiso y en una situación tan extrema como un allanamiento de morada violento, puede acarrear una pena de prisión.

Recordemos el caso del exagente de la Policía Local de Sevilla Casimiro Villegas, condenado a dos años y medio de cárcel por disparar a las personas que asaltaron su vivienda y agredieron a su esposa mientras les encañonaban con un arma falsa. O el caso de Jacinto Siverio Moreno, que fue condenado a dos años y medio de prisión por homicidio después de disparar a uno de los dos jóvenes que entraron a su casa a robar.

En definitiva, espero que se haga justicia en el caso de George Floyd y que comprendamos que la mirada debe estar puesta en las causas profundas que generan estos resultados, ya que de lo contrario sólo pondremos parches a una estructura que se desintegra desde la base.
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