23/03/2016
 Actualizado a 16/09/2019
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Cinco, seis, siete, ocho. Han dado las ocho. Cuento las horas por campanadas del Reloj de la Torre. Es este reloj quien amasa y nos da el tiempo en Benavides. El mismo tiempo para todos, un tiempo común que permite prescindir de teléfonos móviles y de otros relojes. Un tiempo físico, mecánico, en esta era digital. Un tiempo artesano, hecho a mano, nada que ver con el tiempo deshumanizado o demasiado humano que fabrican las ciudades. Es de esta fábrica de tiempo artificial de donde sale el ruido de fondo que atormenta en las ciudades. En los pueblos hay silencio y se duerme tan bien, las horas se pueden escuchar desde el monte y desde la vega.

Mi abuelo también contaba las horas. Las cantaba, igual que Glenn Gould canta la música, tararea mientras toca al piano las Variaciones Goldberg de Bach. Mi abuelo era un interprete de tiempo. Lo recuerdo así, cantando las horas al ritmo sereno y predecible del Reloj de la Torre.

Mi madre recuerda y me cuenta que a mi abuelo le gustaba mucho el cine. Iba al Cine Falagán y al intermedio, mientras otros aprovechaban para tomar algo en el ambigú, volvía corriendo a casa para ordeñar la vaca. Ya le tenían preparado el caldero con el agua para que le diera tiempo. En los pueblos el tiempo da más de sí.

Pero también se acaba. En los pueblos uno tiene conciencia temprana y natural de la muerte. En las ciudades la muerte es anónima y pasa desapercibida, pero en los pueblos la muerte de cada vecino es sentida como pérdida y desaparición de la memoria del pueblo que se apaga. Este que acaba de terminar ha sido un invierno duro, se han ido muchos, algunos muy representativos: Don Luis, Juan Manuel, Virginia. En paz descansen todos.

Es lo que Unamuno llamara la intrahistoria de los pueblos, aquella que no aparece en los titulares de los periódicos. Sin embargo, este lunes hemos salido en el periódico, por haber restaurado la Urna del Cristo Yacente. Lo cierto es que ya le hacía falta. Los siglos pasan igual para todos, en pueblos y ciudades. Era también Unamuno quien decía que perdiendo el tiempo uno alcanza la salvación.

Me voy al río, a coger piedras, cojo piedras para hacer camino. Me llevará años. Ya lo dijo Salinas: A tiempo sabe el peso de una piedra entre las manos.
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