26/06/2022
 Actualizado a 26/06/2022
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Hoy escribo entre dos fuegos que encadenan juramentos con conjuros, maleficios con magia y saltos sobre hogueras con carreras entre llamas. Conviven mil deseos secretos lanzados a las brasas con un único deseo escondido en miles de almas: olvidar el fuego que arrasó sus sueños. Hay quien prepara ramos con siete hierbas de la suerte y quien ya no puede porque el romero, saúco, ruda o hierbabuena forman un manto negro con olor a humo y su suerte ya está echada. Hay ceniza de pasados, quemados para liberarse de ellos, y de futuros calcinados. Se mezclan griterío de verbena con quejido de lobos, impotencia de hombres y plegarias de mujeres. Contrasta el coraje de las brujas encarándose a la hoguera a la que no temen, con el miedo de los niños y el pavor del zorro buscando la salida del infierno. Han sido días de celebración y maldición del fuego, el que salva, purifica y mata. Hoy va de fuego, tierra, agua y sus conjuros.

«Tente nublo, tente tú, que Dios puede más que tú. Si eres agua, ven acá. Si eres piedra, vete allá. Tente nube y nublado, que Dios puede más que el diablo». Cuenta Ismael, un joven burgalés, campanero por vocación, que éste era el conjuro, acompañado del repique de campanas llamado Tentenublo, con el que antiguamente intentaban espantar la nube y proteger las cosechas, usado desde mayo hasta septiembre (ténganse en cuenta las fechas). Y el mismo nombre ha dado al canal de You Tube en el que explica todo lo que podía contar una simple campana. Suponemos que cuando las ondas de sus tañidos y el hechizo no conseguían romper la nube y la tormenta ganaba la batalla, sobrarían todo tipo de percances, incluida la muerte, para ser anunciados con tañidos. Pero no era la lluvia lo que más temían, ni siquiera ese pedrisco al que repelían con su conjuro. Lo que más les asustaba era la furia del rayo abriendo árboles en canal con la misma facilidad con que rasgaba el cielo y electrocutaba rebaños.

Cuenta Ismael, en una interesante entrevista, cómo las noticias difundidas a golpe de badajo desde lo alto del campanario, se propagaban por el valle con un código tan exacto como las palabras. Cada repique tenía su significado, con tal lujo de detalles que, según el tipo de toque, su velocidad, lentitud o el número de clamores entre uno y otro, los vecinos sabían si anunciaban concejo o defunción, y en este caso, si era hombre o mujer, persona humilde o con cargo. Un precioso lenguaje de metal ya silenciado, entendido por todos los aldeanos, que también distinguían si tocaban a quema o a rebato, en caso de incendio. Y si acudir a un funeral siempre fue voluntario, el toque a rebato tenía sus normas: un solo toque era asunto sin importancia al que acudía quien podía. Si sonaba dos veces, la gente debía ir salvo que estuviese muy ocupada. Pero a la tercera, era cosa de tal relevancia, que quien no iba era amonestado salvo que tuviera una razón de peso.

De poco servirían estas costumbres tan paganas como humanas ante la tragedia vivida estos días, si dependieran de un toque de campanas y un pueblo echándose al monte. O quizás no llegase a ser tan grave porque, de ser ellos quienes tomasen las decisiones, la Reserva tendría árboles autóctonos, más resistentes al fuego, como vienen exigiendo los que entienden; los montes estarían desbrozados por humanos y ganado como lo estuvieron siempre y el Tentenublo y sus conjuros sonarían cuando la tierra se pusiera bravucona, aun siendo junio y aunque parezca un ‘despilfarro’ tener un campanero dispuesto para subir a batir el cobre de mayo a septiembre, en caso de peligro.

Siguiendo en clave de leyenda, y por si necesitan argumentos, podríamos culpar a Faetón, hijo del dios del sol que, según la historia, intentando conducir el carro de su padre por el cielo, perdió el control e incendió la tierra. O quizá fue Zeus quien lanzó su haz de rayos sobre la Reserva, harto de cargar con él o se embriscó de nuevo con Tifón en otra endiablada batalla, lanzándose montañas uno a otro. Hasta pudo ser Eolo a quien se le fue la mano con los vientos. Pudo ser complot de dioses que un sol abrasador, los rayos y el viento se aliaran sobre la Sierra de la Culebra. Pudo ser, pero no. La mecha ha sido una cadena de errores apilados uno sobre otro, reduciendo un paraíso a cenizas.

El desatino semanal esta vez ha sido de tal magnitud que los ciudadanos están en su derecho de exigir responsabilidades, visto que el síndrome de Procusto que afecta a los despachos, les incapacita para escuchar a los que saben más que ellos y su total impunidad, sin propósito de enmienda, les está convirtiendo en un peligro. Ojalá entiendan de una vez que la tierra manda, no se deja dirigir desde despachos, no hay humano que le ponga fechas a sus calores y sus fríos y, cuando se cabrea, siempre gana ella. A ver si ahora, cuando oigan campanas tocando el Tentenublo se toman a los ciudadanos en serio, preparan de inmediato los aparejos y recuerdan que cuando el pueblo toca tres veces a rebato, es que está en peligro.
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