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A propósito de nada

06/10/2020
 Actualizado a 06/10/2020
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La autobiografía de Woody Allen me ha encantado. Siempre me ha fascinado su cine. Si la vida no tiene sentido alguno y no se cree en el más allá, su respuesta con el humor es digna de elogio. A él lo que le gusta es escribir, entre otras cosas porque no tiene horarios ni depende de nadie. Y el proceso creativo: cuando termina una película se olvida de ella y al siguiente proyecto. Se ve una persona humilde: piensa sinceramente que nunca ha realizado una gran película, a pesar del dinero que pusieron a su disposición. Y se muestra muy dolido por la acusación injusta de pederasta. Dedica muchas páginas a este tema, y yo le creo.

Para un fan suyo, los comentarios que va haciendo de cada una de sus películas son oro molido. Dice que en su vida ha tenido mucha suerte y haber estado en el sitio adecuado. En todo caso, siempre trabajando. Me encanta cuando dice que no le interesan las críticas, que no las lee; ni los premios. Solo el proceso creativo, el resto es pérdida de tiempo.

Ni se considera un intelectual ni le gusta demasiado la realidad: «Siempre he detestado la realidad, pero es el único sitio donde se consiguen alitas de pollo». Por eso necesita la magia, la ficción. Me alegra saber que, después de cientos de aventurillas, lleva casado y enamorado –con Soon-Yi, a quien adora– más de veinte años y forman con sus dos hijos una familia feliz. Me encantaría saludarle y decirle que no es tan importante que no crea en Dios, que eso Dios ya lo sabe, y que le sonríe, y no solo por sus películas, libros, obras de teatro, guiones o monólogos. Volveré a ver ‘La rosa púrpura del Cairo’ pues «Cuando me preguntan cuál es el personaje de mis películas que más se parece a mí, solo tenéis que mirar a Cecilia», en esa película.

Lo de ir al psicoanalista de sus personajes es biográfico: «Terminó aconsejándome que fuera a ver a un psicoanalista cuatro veces a la semana. Yo me tumbaba en un diván y él me exhortaba a que dijera todo lo que se me pasaba por la cabeza, incluyendo una descripción de mis sueños. Lo hice durante ocho años y gracias a mi astucia logré no avanzar en nada (…) Vi a tres loqueros más en mi vida».

A sus ochenta y cuatro años, con su «fobia de entrar», sus comentarios son conmovedores: «No me gustan los aparatitos. No tengo relojes, no uso paraguas, no poseo cámaras ni grabadoras y aún hoy necesito que mi esposa me configure el televisor».
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