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A propósito de la derrota

27/02/2022
 Actualizado a 27/02/2022
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Abunda una especie de mística de la derrota que la convierte en materia elegíaca a la menor ocasión. Un deleite algo perverso se recrea con avidez en los loores del fracaso como si fuesen deseables, cual tuvieran alguna condición codiciada que se nos ha ocultado hasta que, al fin, dichosos, la alcanzamos solo cuando el desastre se ha consumado. No antes. Debe de ser para que, no estando avisados, no nos lancemos todos a fracasar.

Un gusto aún más retorcido se ceba con la caída de los políticos. Con los que estuvieron en el poder, pero más aún con los que sin llegar a tocarlo, lo acariciaron con la punta de los dedos y se han quedado con las ganas, en el camino. Esas historias son las mejores, las de lo que pudo ser y no fue. Por muy poco. De ahí surgen los ‘anatomistas de momentos’, las ‘famosas últimas palabras’ y demás literaturas emergentes de un género propio, entre la apología necrológica y una épica hipocondriaca que estos días estudian ‘minutos de gloria’ que solo saben a gloria al que no lo vive. ‘Minuto de gloria’ es una expresión tan inquietante y contradictoria como la de ‘minutos de la basura’: alguien te la va a colar.

Se han agotado todas las comparaciones con novelas y películas de grandes traiciones y venganzas, mafiosas o gubernamentales, con dramas calderonianos o gestas homéricas, pero en lo íntimo estamos convencidos de que ni unas ni otras hacen justicia a la zafiedad con que realmente sucede lo que sucede. Pero lo que realmente sucede es tan poca y burda cosa…

También es cierto que da gusto verles hacerlo. Caer, digo. Se ponen solemnes entonces y hacen discursos elevados y abstractos, de esos que firmaría cualquier alma delicada y de cualquier tendencia, mientras esperan recibir el aplauso de colegas que semanas antes, incluso momentos antes, se han dedicado a desvalijar al orador y sus obras, a hacerse con sus despojos para adornar despachos donde maquinaron con el objetivo de escuchar tan eminente perorata. No está uno seguro, cuando lo ve, de si aplauden al de marras o a sí mismos.

Seguro que es difícil ver la portada de un periódico pidiendo tu cabeza cuando se supone que la prensa ha de informar solo sobre los que la piden. Entonces te acuerdas de la ética periodística que te resbalaba antes, cuando te daban la razón. Seguro que los aplausos de tus compañeros se te incrustan en cada poro después de dar un discursito que te ha costado poco escribir pero para el que ahora te quieres destinado desde el principio de tu ascenso. Para la caída.

La estética, mística y disimulado laurel de la derrota son una milonga de los vencedores, de los que no han sido derrotados de verdad o de una posteridad que lava trapos sucios. La derrota se digiere, agria, solo y en silencio.
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