A pleno sol: Veranear sobre un volcán

Por Ángel Suárez

Ángel Suárez
05/08/2021
 Actualizado a 09/09/2021
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  • Una forma como otra cualquiera de pasar el verano es instalarse en la costa italiana, en la falda del Vesubio, alquilar una casa, comprarse un velero y dilapidar la inagotable fortuna familiar entre juergas y desvaríos, con la compañía de todas las chicas que uno pueda encontrar y del resto de los americanos podridos de dinero que hayan optado por desparramarse por allí. Este es el plan de Philippe Greenleaf (Maurice Ronet), que además disfruta de la compañía de una incondicional y preciosa novia, Marge (Marie Laforêt), cuando no le apetece estar con cualquier otra.

¿Cómo vería esta situación un pequeño burgués en el año 60? Un hombre como Tom Ripley (Alain Delon), sin clase, sin dinero, pero demasiado inteligente para ser pobre –dirá él de sí mismo– que por una circunstancia azarosa se ve en medio de semejante veraneo. ¿Con repugnancia? ¿Con envidia? La propuesta marxista –asesinémoslos a todos e impongamos la justicia social– no es para personas demasiado inteligentes, claro está. Hay otras alternativas para Tom Ripley.

El René Clément más inspirado de su carrera llevó al cine este planteamiento en 1960, sobre la base de la novela de Patricia Highsmith ‘El talento de Mr. Ripley’, y logró una película tan completa, tan compleja, tan sutil, que resulta difícil escribir sobre ella en sólo 6.000 caracteres con espacios.

El retrato de Philippe Greenleaf y de su ambiente social es sencillamente perfecto. No interesa aquí el entorno de las familias de empresarios adinerados del que procede Greenleaf, al fin y al cabo trabajan. Interesan los vividores, los degenerados, la vieja directora del ballet de gira por Italia que lleva como un perrito amaestrado a su primer bailarín. Freddy Miles (Billy Kearns) el clásico fantoche yanqui; y el propio Phillippe, cruel con todo el que le manifiesta cariño o admiración. La grotesca camarilla conformará la motivación de Tom Ripley, junto con Marge, por supuesto.

La presentación del personaje de Marge es extraordinaria. Sólo sabemos de ella que Philippe no le es fiel, y que está en Italia tratando de escribir un libro sobre Fra Angelico. De la secuencia de los desfases nocturnos de Phillippe en Roma pasamos directamente a las imágenes de los cuadros del pintor. Luz, color, suavidad, y el mástil de una guitarra por el que se deslizan los finos dedos de Marge que canta deliciosamente. Primerísimo plano de unos preciosos pero tristes ojos verdes. Es inevitable que toda esa delicadeza se sienta atraída por la brutalidad de Philippe, y Tom Ripley no lo soporta ¿Lo soportaría alguien?

Ripley es, desde luego, el centro de la narración. El padre de Philippe le ha enviado a Italia para que devuelva a su hijo a su hogar en San Francisco, a cambio de 5.000 dólares de la época si lo consigue. La película es una exposición de las múltiples caras de este personaje, y plantea la incógnita –que sólo el espectador puede resolver– de cuál es la verdadera. Ripley puede ser alguien que sólo quiere convencer a Phillippe para que regrese unos días a San Francisco y así ganar 5.000 dólares, pero quizá sea misión imposible. O puede que la vida disoluta de Philippe le haya atraído, y prefiera incorporarse a ella. El diálogo con Freddy al principio de la película es esclarecedor:
– A qué se decida usted –pregunta Freddy a Ripley en tono de reproche.
– A nada ¿Y usted?
– A nada, pero yo tengo dinero.
– ¿Para qué necesito dinero si puedo gastar el de los demás?

No funciona del todo bien, la integración de Ripley en el ambiente de Phillippe no es sencilla. Es fácil ser tan inmoral y divertido como él y sus amigos, pero eso no basta, hay que saber que uno no puede subirse calzado a un velero, y hay que saber coger adecuadamente los cubiertos so pena de sufrir otra humillación.

Puede también que Ripley se haya sentido atraído por Phillippe. El filtro erótico que rodea cada plano y a cada personaje admite cualquier interpretación.

Y puede que Ripley sea un criminal con un plan perfectamente premeditado. Demasiado inteligente para ser pobre y también para un negocio de sólo 5.000 dólares. Puede que sea el único realmente inmoral entre los inmorales, el único dispuesto a rebasar todos los límites, y no sólo por dinero, también por Marge, por todo lo que implique ser Phillipe.¿Puede el proletario ser el verdadero criminal en medio de los ricos?

La genial dirección de René Clément nos hace dudar de todas y cada una de estas facetas a través de enigmáticas miradas de Alain Delon, rodadas en planos tan cerrados como los de los duelos de Sergio Leone, alcanzando una complicidad entre director y actor realmente asombrosa. Dicen las crónicas que la película lanzó a Alain Delon como mito erótico, pero no puedo estar de acuerdo, reveló a un actor excepcional, como demuestran los cambios de registro, incluso de voz, que desarrolla a través del film. Clément, que nunca recuperó este nivel en toda su carrera, fue en esta película Hitchcock y Truffaut al mismo tiempo. Incluso encajó perfectamente la nouvelle vague, por ejemplo en la maravillosa secuencia cámara en mano en la que Alain Delon pasea por el mercado de Nápoles y se detiene ante la expresión de los pescados muertos.

Es maravilloso fijarse en la intervención de los personajes italianos, tan típicos, que apenas hablan, pero que quizá den las claves de la película. El viejo que sentado en el puerto ve llegar a Ripley en el velero. «Disgraziato», es lo único que dice ¿Será esa la única faceta real de Ripley, un desgraciado que quiere ser alguien que no es? La matrona que le alquila el apartamento cuando Ripley ya se finge Phillipe Greenleaf: «Siempre lo he dicho, se cambian las cortinas y cambia toda la casa». Así lo cree Ripley, se cambia la ropa y el peinado y uno empieza a ser otra persona. ¿O acaso eso no es posible?

A la realización y la interpretación se añade una banda sonora perfecta de Nino Rota y hasta unos preciosos títulos de crédito, como no, de Maurice Binder. Ya hemos hablado de él en otra de nuestras películas tórridas.

El remake de Minghella de 1999, a pesar de una maravillosa ambientación y una interpretación perfecta del trío protagonista (Matt Damon, Gwyneth Paltrow y Jude Law) queda en nada después de ver ‘A pleno sol’, porque se carga la complejidad de Ripley, convirtiéndolo en un personaje plano, de una sola cara, la de un homosexual reprimido que actúa movido únicamente por impulsos.

Es un gran plan observar el veraneo de Ripley en 1960 a través del ojo de Clément, pero no pierdan de vista el volcán, podría entrar en erupción

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