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A pesar de usted, concejala

18/11/2018
 Actualizado a 14/09/2019
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Hace unos días se descubría en uno de los rincones que une la Plaza Mayor con la calle Matasiete, una placa en honor de Ángel Suárez Ema, profesor, cronista oficial de la ciudad, exconcejal del Ayuntamiento de León, periodista y escritor, papón de altos vuelos –su ‘profesión secreta’– destacado articulista… en fin, un hombre bueno, un caballero, en suma, y un definido intelectual. La placa venía a sustituir a la primitiva y muy deteriorada en el tiempo, que se recibió en el mismo lugar el 4 de abril de 1968 auspiciada por las cofradías y hermandades penitenciales de la época. Fue el homenaje y el recuerdo ciudadano a la figura de este irrepetible leonés.

Hasta aquí todo normal. Incluso, bien podría señalarse que desde este mismo periódico, a primeros de 2016, se impulsó con el mayor cariño el reemplazo del reconocimiento marmóreo, guante que recogió, primero, la cofradía de Minerva y Vera Cruz –de la que fue abad Suárez Ema–, y, después, como se esperaba, la Junta Mayor de Procesiones. Una y otra institución entendieron perfectamente el compromiso. Y lo suscribieron por mitades.

La Junta Mayor, una de las herederas de los postulados y desvelos de Ángel Suárez Ema relacionados con la Semana Santa, pidió un auxilio, razonado y razonable, al Ayuntamiento a fin de explorar la posibilidad de que la Escuela Taller se encargara de confeccionar la representación memorística. Y, como decía un integrante del propio colectivo, hasta ‘metieron’ por registro un escrito en el que se recogía la honorable petición. ¿La contestación oficial de la municipalidad? La callada por respuesta.

Pero hete aquí, que la concejala de la cosa cultural, patrimonial y turística, la misma que, con arrogancia, dice «siempre ha habido clases» cuando se siente incómoda si le mientan a determinadas personas, habló con la cofradía. En plena calle, que también tiene su coña. La razón que dio para no comprometer al Consistorio con la elaboración de la placa –por escrito no se atrevería a firmar lo que dijo– fue una sandez. Y un acto de cobardía. Justificar y emponzoñar la negación de la solicitud con el pasado ideológico de Suárez Ema –que jamás, ni antes ni ahora, ha sido cuestionado por nada ni por nadie, sino todo lo contrario– es de una menesterosidad incalificable.

Cabría preguntarse si al alcalde Silván se le informó debidamente del humilde peticionario de la Junta Mayor –posiblemente no, y es un juicio de valor–, porque cuesta asimilar que en el Ayuntamiento se actúe de una manera tan desahogada y tan inelegante. La placa, concejala, ya está colocada. Y la memoria de Suárez Ema, viva. Intachable. Impoluta. Eterna. A pesar de usted, señora, y de algún que otro corporativo ignorante.
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