A mordiscos virtuales

24/03/2020
 Actualizado a 24/03/2020
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El monotema se hace fuerte y aunque quiera escapar de él, no pisar la calle y solo ver a través de los ojos de un ordenador, me hace caer de lleno al lodazal. Y mira que dicen que lo mejor es no rebasar la dosis de una píldora de informativos al día, pero esto de llevar en el bolsillo la caja de Pandora obliga a romper la prescripción. Era inimaginable lo que está pasando. Vamos, a mí me cuesta mucho verme salir de casa con escafandra y EPI pero casi…Y por dentro va el eco de una voz pertinaz que dice quese pone peor. Si esto ya superaba la imaginación, qué nos queda por ver, por hacer, por no hacer. Y de tantas vueltas al cazo que el tiempo permite dar, se revuelven las ideas y los enemigos. Ahora tener perro es una ofensa. Ser deportista un hijoputa. Si vas a currar ya el hijoputismo se comparte entre el jefe y tú. Si sales a por el pan y estornudas, ya escuchas por las ventanas un me cago en todo. Si oyes una conversación debajo del balcón ya estás al acecho de que los partícipes rompan el cordón umbilical de seguridad y se vayan aclimatando al calorcito de las palabras. Si es así, les cae una ensalada de improperios que para qué quieren ir al súper. Que era donde iban, a hacer cola para comprar, los muy inconscientes, ya dicen otros, que tienen que salir todos los días para dejar sus babas nocivas impregnadas en el suelo de todos. A la vecina le vino la hija de Madrid, le cerraban la residencia universitaria y se quedaba en la calle, pues que no se le ocurra contarlo, que, porque no hay escopetas en las casas. Necesitábamos este freno de realidad para darnos cuenta de que nunca hemos sabido colocar al enemigo en su sitio. Se nos contagia el efecto policía en cuanto hay toque de queda y todos somos sancionadores con galones en un pis pas. Y así, seguro que libramos del bicho, pero no de los mordiscos virtuales que nos comerán vivos, trocito a trocito, tan solo por el hecho de vivir.
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