A mí también me gusta ladrar

22/09/2022
 Actualizado a 22/09/2022
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Si te fijas, el perro del arnés de marca y tienda de complementos para mascotas parece mirar con envidia al colega que permanece tumbado al lado de su dueño, un sin techo que pide en la calle, seguramente para los dos —el dueño y el perro— y hasta utiliza al animal como reclamo para que se apiaden de ambos.

¿Puede ser posible que el perro rico mire al pobre con envidia?

La parábola es muy vieja. Vivía un rico con su perro en un chalet en la zona noble de la ciudad. Tenía casa y caseta para elegir, se bañaba en su piscina, no en la familiar, una hecha a su medida, comía a las horas, salía de paseo por las tardes...

Cada día pasaba por la calle uno de esos que llamaban pulgosos, que intentaba entrar, quería saltar la valla pero no le dejaba el servicio. Y ladraba protestón. Bañarse en la piscina no está claro que quisiera.

Un buen día el pulgoso apareció en el jardín y el del rico andaba por la calle, nadie sabía lo ocurrido. Ninguno de los dos quería restablecer el orden natural de la convivencia y se resistían como perro panza arriba.

La única forma de lograr un acuerdo fue que dejaran al rico salir con el pulgoso y al revés.

Y cuando le preguntaron los motivos que le llevaron a renunciar a las comodidades solo contestó: «Es que a mí también me gusta ladrar».
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