A la vejez, emoción

José Ignacio García comenta el libro de Elena Hernández Matanza 'Regreso'

José Ignacio García
17/07/2021
 Actualizado a 17/07/2021
La autora Elena Hernández Matanza
La autora Elena Hernández Matanza
No es frecuente que una ópera prima sea reconocida con un premio literario de campanillas, ni siquiera aunque sea uno de esos cuyo prestigio no suele ponerse en entredicho. Quizás fuera ese el detalle que prendió la mecha de mi curiosidad lectora, el cosquilleo interior que me hizo acercarme a la obra que ha obtenido la última edición del premio novelesco más longevo –después del Nadal– que se convoca en España, el Ateneo Ciudad de Valladolid.

Gracias a ese galardón, la escritora madrileña Elena Hernández Matanza se ha dado a conocer con ‘Regreso’, una novela en apariencia sencilla y lineal en su construcción, pero que envuelve al lector sin que este se dé cuenta de que está siendo atrapado poco a poco en una red de la que no podrá escapar.

Elena Hernández Matanza empieza a edificar su novela a partir de un lenguaje engañosamente fácil, trufado con frecuencia de giros y expresiones tan coloquiales como adecuados a las voces de sus protagonistas; y cimenta el desarrollo de la trama en unos diálogos logrados y enunciativos, que nunca son postizos o carecen de interés.

A primera vista, el argumento (que no destriparé por completo) puede parecer tan esperpéntico como inviable, por mucho que la facilidad narrativa de la autora lo describa como si fuera un accidente cotidiano que podría sucedernos a cualquiera de nosotros, y que cualquiera de nosotros lo afrontaríamos como lo hacen sus protagonistas: Pura y Tita, dos encantadoras hermanas rollizas y septuagenarias, convaleciente de un implante de cadera la primera, y recién operada de cataratas la segunda. Pero tras esa corteza de superficialidad, el lector se encontrará con un milhojas que sorprende gustoso en cada capa, con un yacimiento arqueológico que emociona y cautiva en cada estrato que deja al descubierto. Porque, conforme se va escarbando en ella, ‘Regreso’ no deja de aportar detalles y matices que cuentan numerosas historias colaterales y varias relaciones familiares y de amistad, a la vez que sugiere otras muchas, que la capacidad imaginativa del lector tendrá que desglosar.

‘Regreso’ supone un conmovedor canto a la libertad, al amor fraternal, a la amistad; pero también es un homenaje a los recuerdos imperecederos, con ese toque de nostalgia y de resquemor que muchos suelen acarrear; y un reconocimiento a todos los sueños pasados que se quedaron atrapados en un tintero, sin que Pura y Tita pudieran plasmarlos sobre las cuartillas de la realidad.

Pero ‘Regreso’ también es una muestra de valor incombustible. Las dos hermanas dejan atrás sus miedos atávicos para afrontar, reconfortadas por bocadillos de tortilla, caramelitos de café y buchecitos de pacharán, un viaje nocturno que elimine sus fantasmas más o menos acuciantes. A lo largo de las casi trescientas páginas por las que discurre la novela se producen reencuentros inesperados, acontecimientos sorprendentes, decisiones tan descabelladas como heroicas. Hay momentos para la melancolía y toques de humor hilarantes, confesiones afligidas e instantes de tensión y conflicto que serán disipados enseguida por el cariño y el coraje fraternos.

Nada es casual o accesorio. Cualquier detalle tiene sentido y así el engranaje definitivo funciona como una maquinaria bien engrasada. Las descripciones visuales, el manejo de los silencios, la aparición de la oscuridad o de la lluvia, el significativo brillo de las estrellas, el dolor físico y moral, la oportunidad de los nombres propios, el carácter perturbador de unas monedas que tintinean en un bolsillo, la amenaza del vómito, el perfume del pasado, el olor fétido del pescado, el aroma de la muerte…

Elena Hernández Matanza trata con especial sensibilidad las relaciones de ambas mujeres con sus hijos, cada uno de ellos con sus peculiaridades que los hacen muy diferentes; pero también abre un cuarto de invitados a las aficiones y a las amigas que han mantenido activa y vital a Pura en el declive de su biografía. Porque Pura es el eje que vertebra la novela, que amuebla un escenario de mentiras, pesarosas al principio e imprescindibles después. Y Tita se convierte en la cómplice necesaria para mover una pesada losa que Pura no podrá cargar ni transportar sola.

Conforme se avanza en la lectura, crece la admiración hacia las dos paladinas que no se detienen ante nada: toman prestada una furgoneta isotérmica para que la conduzca Tita, que lleva años sin ponerse al volante y que apenas ve por uno de sus ojos, emprenden un viaje sin una dirección precisa, sin saber si tendrán combustible suficiente en el depósito y con una hora inapelable de vuelta, para devolver el vehículo y poner todo en orden sin levantar sospechas y que su entorno no descubra las increíbles peripecias que han vivido, y que quizás no todos comprenderían.

Y así –mientras uno se monta imaginariamente con ellas en la cabina de la furgoneta y siente ganas de ayudarlas a desembragar si se les cala el motor o de orientarlas cuando se les nubla el significado indicativo de una señal de tráfico o de aliviar su hambre y su sed, una vez agotadas sus reservas de tortilla, de pacharán y de caramelitos de café– avanza una trama ideal para disfrutar en la playa, retrepados en una tumbona; y surgen de forma inevitable imágenes coincidentes con películas como ‘No me chilles, que no te veo’ o ‘Thelma & Louise’ o con series de televisión como ‘Las chicas de oro’, por mucho que las vidas de estas fueran menos agitadas y no se movieran del sofá de su cuarto de estar.
La novela abre puertas a varios desenlaces, unos trágicos y otros más amables o incluso cómicos. Cualquiera de ellos sería posible. Pero bien está el que su autora ha elegido. Después de todo, las personas que acarician la ancianidad también se merecen la oportunidad de seguir viviendo aventuras trepidantes y de continuar luchando por porvenires esplendorosos.

José Ignacio García es escritor, crítico literario y coordinador del proyecto cultural ‘Contamos la Navidad’.
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