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A la sombra de un crimen

01/09/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Francia entregará a la Justicia española a la etarra Soledad Iparraguirre, alias Anboto, detenida en Francia en 2004, para ser procesada como inductora en el asesinato del comandante Luciano Cortizo, perpetrado en León el 22 de diciembre de 1995 mediante una bomba lapa que estalló bajo el asiento de su coche cuando circulaba en León por la calle Ramón y Cajal. Desde 2004 cumple Anboto en Francia una condena de 20 años de prisión por su implicación en una quincena de asesinatos. Como autor del atentado del que fue víctima Cortizo se condenó al etarra Sergio Polo a 110 años de prisión. Pero en una pesquisa de la Guardia Civil, Anboto daba instrucciones a Polo para que atentara contra Cortizo, facilitándole el material explosivo empleado en el atentado. En marzo de 2016, el tribunal de Apelación de París falló a favor del traslado de la dirigente terrorista a España, una vez que cumpliera la pena a la que fue condenada por la Justicia francesa, previsto para 2019. La extradición de Anboto a España fue solicitada por la Audiencia Nacional en 2015, en relación a un proceso de revisión que efectúan de forma periódica las fuerzas de seguridad del Estado en torno a los trescientos atentados y crímenes de ETA aún no prescritos y que están sin resolver.

Anboto, Sergio Polo y demás responsables de la muerte de Cortizo se irán de este mundo a criar malvas sin enterarse de otra posible muerte colateral ocasionada a raíz del atentando del que fueron partícipes o cómplices. Si la distancia física me ahorró presenciar directamente el dantesco espectáculo del crimen, una probable consecuencia mortal indirecta me produjo fuerte conmoción emocional. Porque aquel bárbaro acto pudo incidir trágicamente en una persona prendida en mi corazón. Érase una mujer ya en la última vuelta del camino por edad avanzada y la salud mental bastante maltrecha, pero aúnconduciéndose en solitario por su vecindad.

Pero aquella tarde, vísperas de Nochebuena, una riada de hombres y mujeres que se manifestaba contra el brutal atentado, es de suponer que la absorbió, alterando su costumbre y alejándola hacia un nuevo destino. Atraída por la multitud que discurría silenciosamente, emprendió seguramente una senda en dirección equivocada a su camino acostumbrado, abocándola inconsciente hacia la perdición más absoluta. Porque la oscuridad de la noche, al borrar todas las señales indicativas, a no dudar la desorientó hasta convertirla en víctima indirecta del atentado terrorista. Errante y desvalida, no encontró la mano amiga que la orientase en la dirección correcta hacia su casa, entre luces mortecinas y unas gotas heladas que en seguida se transformaron en una copiosa nevada. Como una pobre tortuga polinésica extraviada por el estallido atómico, caminó y caminó en dirección contraria a su salvación. Mientras Cristo nacía a guisa de belenes y villancicos, la pobreacurrucó su cuerpo exhausto bañado de agua y de frío al lado de una tapia por el Polígono de Eras Renueva. Así la encontraron inerte sus buscadores sesenta horas después de haber dejado el hogar y confundirse tras la estela de un crimen con desagravio ciudadano. Nadie advirtió la convergencia ocasional de las dos muertes. Ninguna columna a su sacrificio involuntario: ni editoriales ni noticias radiofónicas ni pantallas televisivas. Su nombre no encajaba en asuntos deportivos o políticos ni en reiterados casos de corrupción. Se fue la infeliz de este mundo tan anónima como a él había llegado. Se me antoja que a la sombra de uno más de los crímenes siempre inútiles.
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