15/03/2018
 Actualizado a 15/09/2019
Guardar
Las riberas no tienen que ser grandes para ser hermosas. A uno le gustan mucho la del Curueño y la del Cea. Seguramente sea porque son riberas de ríos no domesticados por embalses y presas. En primavera, y si el invierno es un señor invierno como éste, su cauce es enorme. En cambio, en verano y en otoño un hilo de agua lucha por conseguir seguir adelante para juntarse con el Esla, muchos muchos más kilómetros adelante, y poder ofrecerle algo de agua para que siga su camino al mar.

La ribera del Cea, la que va desde Almanza a Sahagún, es, para un servidor, especialmente evocadora, porque recuerdo, cada vez que paso por allí, las excursiones que hacíamos a Saelices del Río cuando los chicos eran pequeños. Pasábamos la tarde es una especie de poza, a la sombra de un gran árbol, chapuzando en el agua como anguilas para poder soportar mejor el calor de julio o de agosto. Además, teníamos la suerte de pasar por el castillo de Cea y admirarlo antes de llegar a Sahagún donde tomábamos un café en el bar del camping, justo al lado de donde Carlomagno luchó en cruenta y singular batalla contra las huestes del califa cordobés.

A día de hoy viven en los treinta y tantos núcleos de población por donde pasa el río, 5834 personas. El número no es baladí, tal como están otras zonas de la provincia. Sólo tiene una pega para descorazonar a cualquiera: en Sahagún habitan 2600 de esas almas. Casi la mitad, lo que quiere decir que en los demás pueblos, ahora sí, como en el resto de zonas de la provincia, viven tres perros y un gato.

Sigamos con datos más o menos empíricos. Si aplicamos la estadística, resulta que 3150 son mujeres; y, más datos: su media de edad sería de unos 46 años. Sabemos que esto no es cierto, porque en los pueblos esa media es mucho mayor. Seguramente en muchos llegue a los 60, lo que es, sin duda, una barbaridad con uve.

Si os dais un paseo, aunque sea en coche, por estos lugares, veréis que la inmensa mayoría de las casas están cerradas y, en las que están abiertas, durante la semana, viven un matrimonio de pensionistas o una mujer sola. Pocas son las que tienen niños o incluso mozos ya bien entrados en años. En pocas se ejerce alguna actividad y, si es al contrario, los que están al frente de la misma son un matrimonio ya no joven. Cuidan ovejas y vacas en establos enormes y malvenden su leche a cualquier gran empresa del sector. Esas personas, ya digo que muchas son mujeres, trabajan todos los días del año, sea fiesta o no, haya entierro, boda o comunión, da lo mismo. Puedes estar desecho porque acabas de enterrar a tú padre o a tu madre, pero a la anochecida te pones el mono de trabajo y vas a dar de comer a las reses y a ordeñarlas. Esas mujeres, y esos hombres, no pudieron hacer la huelga del pasado día 8. Todo lo más la hicieron ‘a la japonesa’, currando aún más porque se les puso mala una vaca o un ternero; o un cordero nació mal y la jornada de trabajo se alargó una o dos hora más de lo normal. Y así todos los días, uno tras otro, hasta que les llega la bendita jubilación. No digo nada de la que se prepara si las mujeres quedan embarazadas y tienen que traer al mundo a un infeliz. Trabajarán hasta el último día y volverán a su rutina en el menor tiempo posible para hacer todo lo normal, lo cotidiano.

Las huelgas están muy bien en la ciudad. Apagas el ordenador o la cadena de montaje y al día siguiente los vuelves a encender y aquí no ha pasado nada. Probad a apagar una vaca o una oveja y el resultado será catastrófico. O dejar pasar la corrida del agua porque estás de huelga. Los cultivos se agostarán, se morirán...

Los habitantes de la ciudad y los del campo se están convirtiendo, no se sabe por qué, en enemigos. Sus intereses, por lo visto, son distintos, no se parecen en nada. Cómo distintos son los medios de que disponen para llevar una buena vida, y van desde las dificultades que tienen los del pueblo para poder comprar, ir al médico o escolarizar a sus hijos.

Sería bueno recordar a los políticos que últimamente están como locos anunciando medidas para evitar la despoblación no ya de ésta provincia, sino de todo el noroeste español, que una cosa es predicar y otra dar trigo. Las medidas a tomar comienzan siempre por las más sencillas, cómo por ejemplo, poder los medios para que ir a la huelga no sea misión imposible.

¡Ah!, otra cosa: Yo no hice huelga porque conozco al ‘ganao’ que manda en los movimientos feministas leoneses y las temo más que a una nube de piedra, no porque no estuviera de acuerdo en lo que pedían nuestras mujeres. Y ya sabéis, ¡cuidado, que vienen los rusos!
Lo más leído