A la espera de que alguien la robe

29/09/2022
 Actualizado a 29/09/2022
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Demasiadas veces la estética de los finales es tan grosera como la ética de sus muertes.

A la minería la matarona escote, entre todos. El polvo negro de su muerte manchó las caras de los gobiernos entregados, las juntas silenciosas y cómplices, los empresarios de dudosa moralidad, los ladrones de guante negro que metieron la mano en las cajas, los que pagaron a plañideras en los velatorios mientras sus risas estridentes se escuchaban a muchos metros de los puticlubs que cerraban para divertirse con viejos códigos y formas.

El grueso del latrocinio ya está en Suiza, o similares.

Mientras tanto, en los pozos olvidados, en las cuencas abandonadas, los castilletes son trozos de hierro para los chatarreros del pasado, las máquinas esperan impasibles que alguien las robe, los símbolos se derrumban, los juicios se aplazan y todo se mercadea ante un administrador que tantas veces la primera mina que visitó era para ponerle precio en almoneda vergonzante.

Lo de la muerte digna parecía un derecho incuestionable, pero no parece que sea una de las prioridades de los enterradores de comarcas asfixiando su forma de vida.

Ahí está un recuerdo, una máquina.

Ahí estaba, probablemente ya la hayan robado ¿qué quieren?
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