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A gusto en la burra

29/03/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Qué contentos estamos porque cada vez somos menos en los pueblos. La idea de que el médico de cabecera pase menos consultas nos hace felices. Nos encanta que internet funcione a pedales. Estamos en la gloria con eso de que los niños se cuenten con los dedos de una mano, y esto siendo generosos. Pero total, qué más da, los columpios y los toboganes son elementos decorativos y el futuro no nos preocupa. El que venga detrás, que arree. Nos presta circular por carreteras con más baches que morro tienen los políticos que se acuerdan ahora del medio rural a un mes de las elecciones para venir a hacerse una foto con los mayores del lugar sentados en una ventana. Nos importa un pimiento que no haya quien quiera quedarse a trabajar en el campo y menos aún, que no haya empresas dispuestas a invertir en ellos para generar empleo. Eso de asentar población es un disparate. A ver quién es el valiente que se asienta en un pueblo donde todo son ventajas. Las casas roídas por el tiempo y cerradas desde hace décadas hacen bonito en las postales de los veraneantes y forasteros que salen hasta de debajo de las piedras los domingos de primavera para huir de la atosigante ciudad. Estamos gozosos de convertirnos en parques temáticos donde los turistas encuentran personajes peculiares a los que imaginan con boina en la cabeza y una cuerda de alpaca por cinturón. Sentimos orgullo paleto, ¡qué mejor sustantivo para definirnos! Total, cagamos en el muladar y meamos en la bacinilla. Que las ayudas al desarrollo rural lleguen o se queden por el camino nos trae sin cuidado. Nos sube la adrenalina eso de que corten los servicios a escuadra y cartabón desde los despachos y nos pone cachondos ver camadas de jabalíes que ya son plaga en algunos sitios. Pero mola que apesten las cabañas de ganado y ya ni te cuento lo bonito que es hacer eslalon con ellos por la carretera. Es suficiente para nosotros que el único debate territorial sea el de los independentismos. Educamos a nuestros hijos para que se vayan y no miren atrás. Que vuelvan al pueblo como mucho para el día de la fiesta grande y ver si a algún entierro de uno de esos paisanos entrañables.

El domingo 31 de marzo el grito ahogado de las zonas más deprimidas del país se hará escuchar en Madrid. Lo llaman ‘La revuelta de la España vaciada’, un existimos y resistimos, una llamada de atención a navegantes: no nos queremos ir pero tampoco que nos echen. Ninguna entidad ni asociación de León se ha sumado de manera oficial a ello. Les aseguro que nos sobran los motivos pero ya ven, vamos a gusto en la burra. Que el viaje nos sea leve…
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