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A Gaspar, en su cielo

12/11/2017
 Actualizado a 15/09/2019
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Yo hacía que no veía a Gaspar Moisés Gómez muchos, muchos años. Es lo que tienen las ciudades pequeñas y los horarios comprimidos: que, cuando te das cuenta, ha pasado un año más y sigues teniendo pendiente aquella visita que prometiste, aquel café que aseguraste o aquella conversación que quedó a medias en mitad de una calle indefinida en el transcurso del trajín del trabajo, los hijos, el deporte o la compra. Saber de la muerte de Gaspar me hace pensar ahora de nuevo en él y me recuerda que ese largo tiempo transcurrido también ha pasado para mí y para los míos. Porque Gaspar, en mi memoria, nunca está solo. Junto a él yo veo siempre a Emilia y a mis propios padres, que conocieron y quisieron a ambos desde muy temprano y a lo largo de muchos años. Nunca he sabido cómo se inició o qué propicio su relación, aunque intuyo que algo tuvo que ver una pasión que mi madre tenía compartida con Gaspar y que en mi casa hemos heredado las mujeres: la alfarería. Así que yo recuerdo a Gaspar, dulce y amable, sentado en un hermoso sillón de la trastienda de la cestería que regentaba (o que tal vez simplemente le servía de refugio, de excusa, de escondite) en la plaza del Conde Luna, muy cerquita de otra tienda, esa sí emblemática en León, llamada El Serranillo. Junto a cestos y mimbres Gaspar tenía siempre piezas de alfarería tradicional y mi madre periódicamente se daba una vuelta por allí para comprar alguna de ellas pero, sobre todo, para disfrutar de una conversación en la que lo mismo surgían nombres de alfareros, formas y colores de Puente del Arzobispo, que la literatura o los últimos viajes de ambos. Lo sé porque fueron muchas las ocasiones en las que acompañé a mi madre hasta aquella pequeña tienda donde Gaspar siempre leía y escribía esos versos que extrañamente tanto me gustaban cuando tenía quince años (probablemente era una cuestión de ritmos y cadencias) y que con el tiempo me han ido gustando cada vez más hasta convencerme de que Gaspar ha sido el gran poeta de esa generación (no se me ocurre otra manera para referirme a ellos y habrá de ser entendido en sentido amplio) de buenos poetas leoneses por más que él fuera, de nacencia y corazón, abulense. He buscado en mi biblioteca la revista de poesía Alcance, de la que fue director, hasta dar con el primer número, que apareció en la primavera de 1978. He recuperado de la estantería el libro ‘Sinfonías concretas’ y en él veo la firma y el ex libris de mi madre. Me dispongo a leer y a recordar: Voy a posar aquí mis cenizas últimas./ En este papel misericordioso/cantaré a Dios por lo que no me dio;/y me haré viejecito y arrugado para la circunstancia./Pongo aquí mis cenizas. Pero no suspiréis,/hijos, pues no se avienten, y os dejen ciegos/ por excesiva pena. Gaspar scripsit.
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