A ellas no las dejaron

09/03/2018
 Actualizado a 11/08/2019
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Se apoyan la una en la otra, porque esa solidaridad de la cercanía cómplice nunca les faltó, y se sientan para ver pasar las noticias. No pueden acudir allí donde se producen pero miran para la televisión, suben el volumen de la radio o escuchan los argumentos de las nietas con una sonrisa al biés. De complicidad.

Porque después de esas décimas de segundo del miedo a los viejos fantasmas que siempre tiene un cajón en el armario de sus recuerdos reflexionan y ya saben que nadie mejor que ellas puede llenar el baúl de los agravios de verdades como sus puños.

– ¿Qué cuándo empecé a trabajar? Toda la vida.

– ¿Qué jubilación tengo? Ninguna, una pensión de viudedad que no te voy a decir de cuánto es porque me da vergüenza.

– ¿Qué cuántos hijos crié? Dieciséis.

– ¿Y que ponía su carnet?

– Sus labores.

Son frases reales escuchadas en los últimos días, de mujeres que ayer no estaban en las calles, ya no pueden, pero que saben que si no sale adelante aquello por lo que luchaban otras mujeres el sufrimiento de esas vidas suyas tendría mucho menos sentido, habría caído en saco roto.

Fueron otra generación a la que no dejaron ni hablar. A la que no dejaron ni siquiera marchar de aquellas habitaciones de insultos y violencia, a las que no dejaron ni tan siquiera ser... Pero son tan generosas, que si su hija pudiera trabajar, si su nieta no se tuviera que ir, si a su vecina no la insultaran, si a otra no la mataran... sonreirían abiertamente, llegarían a creer que la semilla estuvo en su silenciada batalla.

Y se cogieron de la mano y echaron a andar.
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