Al paisano le habrán venido a la mente los recuerdos de lo que siempre se hacía en sus tiempos mozos al ver aparcada una Vespa, una Lambretta o cualquier moto, que siempre era una gran novedad:« ¿Y ésta, a cuánto corre?».
Ése era el baremo. Pasar de 100 km/h ya era un hito y llegar a las 150 ó 180 resultaba casi tan complicado como superar la barrera del sonido. Claro que tampoco las carreteras estaban para más hazañas, salvar tres charcos seguidos era tan complicado como acabar el Dakar y salir volando era una opción muy posible para los pilotos.
Causaban sensación las Sanglas de la Guardia Civil de Tráfico. Cuando aparcaban para tomar un café (o lo que correspondiera) los chavales se arremolinaban alrededor con la misma pregunta :«¿Cuánto corren?».
- A 220 kilómetros.
Y nadie lo cuestionaba. Si fuera otra moto todos dirían que estaba trucado —«a más de 200, no te lo crees ni tu»—pero como ellos tenían que perseguir a los malos pues era normal que corrieran tantos.
Otra labor bien diferente, no menos importante, tenían aquella Vespas y Lambrettas de obreros que rompían la noche camino del tajo, en ellas más que cuánto corren era importante el cuánto dura, pero también los chavales iban al cuentakilómetros cuando aparcaban.
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