julio-cayon-webb.jpg

A contracorriente

24/05/2020
 Actualizado a 24/05/2020
Guardar
Al alcalde de León se le había metido entre ceja y ceja –diríase que desde el minuto uno de su mandato– la nueva remodelación de Ordoño II. Igual que si se tratara de una asignatura pendiente para superar curso. Y, a zancadas, de manera impulsiva, ha tirado para adelante calzado con las botas de las siete leguas. Sin quitarse los tapones de los oídos. Sin escuchar el ruido que se creaba en la ciudad. Error. No ha sido la mejor decisión que podía tomar. Y no, no lo ha sido porque dejando a un lado las voces discrepantes –siempre las hay cuando la municipalidad acomete trabajos de esta naturaleza–, tampoco ha resultado una buena opción política.

La inasumible carga económica que vienen soportando diversos sectores de la capital leonesa está haciendo mella en sus contabilidades. La hostelería y el pequeño comercio –hay otros varios frentes– ya han manifestado su discrepancia con la obra. No la quieren. Y nadie, en general –que es muy importante–, ha visto con buenos ojos que el Consistorio invierta 480.000 euros en una modificación vial no perentoria. Y un dato. A día de hoy, en León, cerca del cuarenta por ciento de los parados por la aplicación del Erte están a verlas venir. No han cobrado un céntimo. Es un síntoma irrebatible. Y cuando la opinión pública se retuerce sobre la silla y expele sus protestas, peligro.

La última vez que Amilivia se presentó a las municipales, allá por 2007, las perdió por dos motivos: primero, porque el partido no le respaldó. Él mismo lo dijo. Y, segundo, porque los proyectos de un aparcamiento en la plaza de la Inmaculada –contestadísimo por la vecindad mediante una campaña abanderada por un comerciante radicalizado– y de una rotonda de acceso al Polígono X –que no la querían ver ni en pintura los residentes de la zona– resultaron determinantes. Un desastre. Aún así, logró once actas, trece el PSOE y tres la UPL. De no darse esa fuga de votos el resultado hubiera sido muy distinto.

A Paco Fernández –que no le pintaba bien de antemano– le pasó algo parecido cuatro años después con el asunto del tranvía. La gente no lo veía pero él se empeñaba en el tren. Y ni los de El Crucero le respaldaron en las urnas. No le salvó ni la supresión del paso a nivel de la carretera de Zamora, bendecida por Zapatero. Aquello tuvo su guasa porque era una de sus principales bazas electorales. Y a Silván –aparte de otras cosas– la ‘carretera’ de Ordoño II también le pasó factura. La fútil y ‘faraónica’ obra –por aquello del tiempo que duró con escasos resultados– no contentó a nadie. Quizá ni a él.

Vistas así las cosas es como para que Diez se lo piense. Y recapacite. No vaya a ser que dentro de tres años se arrepienta. Pero tarde. Y haga ¡bum!
Lo más leído