02/03/2019
 Actualizado a 18/09/2019
Guardar
Que la gente busca en la política un lugar donde ganar más dinero, es cada vez más obvio. Que únicamente se debería aceptar un cargo público cuando se tuviese un trabajo al que volver, también. Hastiado de políticos que llevan decenas de años viviendo de la llamada ‘mamandurria’, y que cuando no se les concede el derecho que creen que tienen, por el hecho de haber sido repartidores de la cosa pública, huyen a refugiarse bajo el paraguas de los de la nueva política. Confirmado por activa y por pasiva aquello de que los de la nueva política, que venían sólo a quedarse unos años y a aportar la sabiduría que tan duramente habían adquirido en la empresa privada, algunas instituciones se les quedan pequeñas y por ello deciden poner la rosa los vientos en dirección al sur, hacia un lugar donde se paga más.

Y los que no saben que hacer por engrosar alguna de las listas (porque existe un tipo de personal que daría lo que fuera por militar en cualquier partido), no hacen más que aburrirnos con sus chismes. En una de esas me encontraba el pasado jueves, cuando decidí parar una hora e ir a buscar al pequeño Dimas.

Ese pequeño canalla que me quita mucho sueño, sobre todo los días como hoy, pero a la vez, en la intensidad de un día laboral como el pasado jueves, consigue en unos minutos abstraerme de todo y de todos. Así que, buscando el balón de oxígeno, me encamine en su busca para ir juntos a merendar al Hotel París.

Este jueves El París cerraba un ciclo, y a mi me apetecía estar allí el último día de esta etapa, y a la vez el primer día de un nuevo periodo que seguro que estará lleno de éxitos.

Allí nos sentamos los dos, en la mesa de Maximino. Y lo que parecía que iba a ser una merienda tranquila entre padre e hijo, con churros de por medio, casi acabó en drama. Una ‘jata’ espectacular, adornada con gritos y patadas en el aire. Respiré hondo, conté hasta tres siguiendo (siempre) los consejos de ‘la madre en apuros’. Me mantuve firme y aguanté estoicamente como si conmigo no fuera el asunto, hasta que una usuaria de tortita con capa de nata de dos dedos y chocolate por encima, se acercó a hacer la típica carantoña muy del mundo viejuno, cosa que no hizo más que complicar la situación. Gasolina al fuego. Quizás fui poco educado o descortés cuando le dije que se le enfriaba el chocolate, pero la vida es muy jodida y cuando un niño te prepara un show lo mejor es seguir jugando a la brisca o dar tabaco.
Lo más leído