14/02/2022
 Actualizado a 14/02/2022
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Es cierto que algo ha llovido, casi nada, pero algo ha llovido. Para mí son cuatro gotas, aunque casi todos hoy lo llaman tormenta, tifón, galerna, tsunami ¡Qué va! Con lo que ha bajado el nivel freático, lo que ha caído no da ni para el rocío mañanero, que hace tanto tiempo que no siento, ni para un botijo de la fuente, ni una tinaja del pozo, ni mucho menos para limpiar las plazas. Tampoco ha caído a mi gusto. No llegó la nube de dónde creo que sería mejor. Los vientos que la trajeron me espantan más que los lobos. Son vientos viejos, tanto como los de la mítica vasija, pero que no vienen de olimpos, sino de tumbas que se remueven y no se acaban de sellar.

No esperaba que se rompieran los cielos, pero tampoco esta lluvia fina, que un alcalde de la vieja capital creía que iba calando silenciosa y fría, pero no, solo trae melancolía y algunos resbalones. Yo quería el agua a torrentes vertida de ese alcalde de pueblo que trabaja para llevarla a esas miles de hectáreas que iban para desierto demográfico y hoy son vergel. Avenidas bien encauzadas que han terminado por tragarse hasta a los que más le critican, a los que espero que un día esas mismas corrientes los arrastren lejos de aquí. Un agua que lleva nombres de pueblos, que viene de la nieve ¡Ojalá la nieve! Sí, más que llover, tenía que nevar días y noches para que el silencio y el frío atemperaran un paisaje que se ha vuelto abrasivo, que levanta polvo a cada paso.

Pero tiene que llover, es perentorio. Llover como nunca ha llovido, aunque muchas generaciones creanque aquellas gabardinas marrones soportaron aguaceros históricos. Hoy no lo parece. Parece más bien que fueron abrazos secos, que nada llegó a calar del todo. El agua que cala es la de abril, la de mayo, no el agua envenenada de julio, ni el barro de octubre.

Ahora todos irán al abrevadero, a esquilmar fuentes y desviar arroyos. Pero no hay agua. Todavía tiene que llover, a cántaros.
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